Page 498 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Volumen  3
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            Don Juan Ortiz.— Sebastián José de Ocampo.— Doctor Francisco Javier de
            Olleta.— Ante mí.— Tomás de Gamarra, Escribano Público.
                    (Al margen: Diligencia).
                    En la ciudad del Cuzco, en diez y ocho de noviembre de mil setecien-
            tos y ochenta años. Yo el escribano leí e hice saber el decreto antecedente al
            Capitán Don Juan Ortíz en su persona de que doy fe. Tomás de Gamarra,
            Escribano Público.— Concuerda este traslado con la carta, declaraciones y de-
            más diligencias que en él se refieren, que están y quedan en el archivo de esta
            Real Junta de Guerra a que me remito, y para que de ello conste donde con-
            venga de mandato verbal de los señores de dicha Real Junta, doy el presente en
            esta ciudad del Cuzco en veinte días del mes de noviembre de mil setecientos y
            ochenta años, siendo testigos José Fanola, Lorenzo Loayza y Esteban Holgado
            presentes.— Y en fe de ello lo signo y firmo.— En testimonio de verdad.— Un
            signo.— Tomás de Gamarra, Escribano Público.


                    (Al margen: Carta).
                    Excelentísimo señor.— Señor: El empleo en que me ha constituído la
            Junta General de esta ciudad nombrándome Comandante de las armas auxi-
            liares de las provincias del obispado me obligan a poner en la alta conside-
            ración de Vuestra Excelencia los movimientos de guerra que experimenta-
            mos. Ya sabrá Vuestra Excelencia, por los expresos que se han dirigido, los
            sobresaltos en que se halla esta ciudad y los cuidados que ocupan nuestros
            corazones por la sublevación que José Tupa Amaro, Cacique del pueblo de
            Tungasuca, provincia de Tinta, ha tramado contra el reino y la corona. Será
            Vuestra Excelencia también sabedor del parricidio que este infiel cometió con
            su corregidor Don Antonio Arriaga, infiriéndole la afrentosa muerte de horca
            en cuya ignominia fueron compañeros otros europeos, a quienes con artifi-
            cial disimulo sorprendió para lograr sus alevosos desgnios. No ignora Vuestra
            Excelencia las falsas órdenes que este Rebelde ha comunicado a los caciques
            de todas las inmediatas provincias, previniéndoles por ellos, que nuestro so-
            berano le ordena deguelle y ahorque a los corregidores, justicias, oficiales de
            rentas, administradores y empleados en cualesquiera cargo; como asimismo le
            manda haga cesar y extinguir los derechos de aduana, alcabala y que el tributo
            sólo sea de la corta pensión de dos pesos anuales, con otras fingidas libertades
            con las que ha conmovido tanto los ánimos de los indios que, engrosando el
            vil partido de sus secuases, llega su número crecido a hacerse temible y



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