Page 447 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
La rebelión de Túpac Amaru II
(Al margen: Subscripción)
Es copia de su original sacada en el día de su fecha de que doy fe.—
Doctor José Domingo de Frías, Secretario.
(Al margen: Carta: a Su Ilustrísima).
Ilustrísimo señor doctor don Juan Manuel Moscoso.— Mi señor: No
puedo menos que participar a vuestra señoría ilustrísima la gloriosa victoria
que mi Señora del Rosario, Patrona de esta villa se ha dignado concedernos
contra esos bárbaros que venían asolar estos pueblos. Hoy viernes veintinueve
del corriente se iban aproximando tanto, que con noticia cierta de que estaban
ya en Yucai, congregamos toda la gente de Maras, Yucai, Guaillabamba y Uru-
bamba alentando los curas a nuestros respectivos feligreses y yo más que to-
dos, por contemplar ya perdido mi Urubamba, sirviéndonos de gran consuelo
la gente de Chinchero que vino con su cacique Pumacahua. Llegamos a la
plaza de Yucai, donde hallamos a los bárbaros almorzando, luego se armaron
contra los nuestros con sus hondas y despidieron muchas piedras; pero andu-
vieron tan leales los españoles e indios de esta provincia, que los más iban con
sus rejones y escopetas, que en menos de dos horas matarían sin ponderación
más de trescientos en la plaza, calles de Yucai y dentro de las sementeras de
maíz. Viendo los contrarios tanta mortandad, echaron a huir todos, que en mi
concepto fueron de tres mil y cogieron las cuchillas de los cerros más empina-
dos y temiendo los nuestros perseguirlos cerro arriba, por las muchas galgas
que soltaba, los dejaron a la vista como media legua en distancia. Después de
algún rato nos alentamos entre el cura de Yucai y yo, el reverendo padre Guar-
dián de esta Recoleta y otros tres sacerdotes más a subir donde estaban los
enemigos, a ver si con la suavidad y perdón que les ofrecimos en nombre del
Rey nuestro Señor, podiamos atraer alguna parte de aquellos a nosotros sin
matarlos. En efecto, se logró nuestro deseo, pues logramos reducir a treinta,
que llorando vinieron a nuestros pies a abalanzarse y a decirnos que forza-
dos y como precisados los hicieron caminar de sus pueblos, porque a su vista
mataron a muchos caciques y particulares que no querían seguirlos. En este
estado bajamos para abajo con estos donde estaba la bandera del Rey nuestro
Señor y el capitán don José Oliva, les hizo batir sobre ellos la bandera en señal
de perdón y yo, señor, con la voluntad presunta de vuestra señoría ilustrísima,
los absolví de la excomunión en que estaban incursos. A estos señor, el respeto
de vuestra señoría ilustrísima, hará que no los ahorquen en esa ciudad sino
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