Page 444 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Volumen  3
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            de excomunión contra el hereje indio alzado, lo fijé en las puertas de esta mi
            iglesia, amonestando igualmente a toda la feligresía a que ha quedado, que ya
            es muy poca, de su contenido para que en ningún tiempo se tiznen con el bo-
            rrón de la deslealtad a nuestro Rey y Señor, oyendo los silbos del maldito. Así
            me lo han ofrecido todos, prometiendo unánimes chicos y grandes derramar
            su sangre por la Ley y por su Rey. Lo lastimoso y lamentable es mi Señor, que
            con la noticia que tienen todos los moradores de esta quebrada de que se corta
            dentro de dos días este único puente que ha quedado en toda esta quebrada,
            se han pasado a la otra banda mujeres y hombres chicos y grandes, así de Yu-
            cai como de este de Urubamba, tanto que me han obligado a que consuma a
            nuestro Amo y esté prevenido para mañana jueves a pasarme yo también a la
            otra banda con el resto de gente. No puedo menos que decir a vuestra señoría
            ilustrísima, que me llora sangre del corazón y me brotan las lágrimas como
            granizos, al ver entregado ya este pueblo tan hermoso al enemigo y mi iglesia
            desamparada de sus hijos. Los cuatro curas de Maras, Yucai, Guaillabamba
            y Urubamba con nuestros respectivos feligreses, estamos prontos a defender
            esta quebrada con todo anhelo y eficacia unidos a una voz. Y yo Señor, con
            este fin fui manteniendo de siete días a esta parte una tropa de más de qui-
            nientos hombres, dándoles cada día su sueldo, ya en plata, ya en maíz de mi
            propia bolsa; entrando en esta tropa españoles, mestizos e indios de sólo esta
            mi feligresía, pero hoy ya casi toda me ha desamparado y con razón sobrada
            de no quedar aislados y como presos para la furia del enemigo, en esta aten-
            ción me hallo confundido señor, y si no me resignara con la voluntad de Dios
            era cosa de desesperar, porque a la verdad, sólo a las piedras no moverá a
            compasión esta expatriación violenta sin haber todavía asomado el enemigo.
            Y estoy creyendo señor, que los que vienen a asolar estos pueblos no pasan de
            dos mil con sus palitos y hondas, que en personas que han visto estas tropas
            nos han asegurado.— Por último señor, ya hoy no tengo sino bajar la cabeza
            a la disposición del Todopoderoso Señor, que así lo permite en castigo de mis
            enormes delitos, a vista de que casi todos se han esparcido por esos cerros. Las
            otras cartas las pasé luego a sus destinos, menos al de Pisac y Calca, porque no
            hay sujeto que se anime a pasar a esos lugares. Deseo a vuestra señoría ilustrí-
            sima la más robusta salud y que Dios nuestro Señor se la conserve por muchos
            años, para consuelo de toda su iglesia y mío. Urubamba y diciembre veintisie-
            te de mil setecientos ochenta. Está a los pies de vuestra señoría ilustrísima su
            más rendido hijo y humilde capellán. Manuel Gayoso.



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