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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
La rebelión de Túpac Amaru II
de ellos, llevándolos el Señor Inspector a su segunda expedición dirigida a
La Paz, ha crecido tanto el orgullo de estos infames que para explicarlo de-
bidamente es corta toda ponderación; pero, en refiriendo a Vuestra Señoría
un suceso reciente podrá formar concepto de su modo de pensar. La orden
de la Superintendencia de Real Hacienda comunicada a esta Tesorería para
la satisfacción de dichas pensiones, dice: que se entreguen mil pesos anuales a
Diego Cristóbal Condorcanqui (alias Túpac Amaru) y habiendo ocurrido éste
el mes anterior a percibir parte de ellos, se le dijo que pusiese el recibo con
arreglo a dicha orden; y respondió, con un desembarazo insolente, que no po-
día firmarlo en esa conformidad, porque él era verdadero Túpac Amaru, y que
¿quién era el Señor Areche para privarle de su legítimo apellido?, y con otras
expresiones, muy libres y ofendentes a aquel respetable Ministro, que denotan
el espíritu de insubordinación que le domina.
Sabe Vuestra Señoría, muy bien, que pocas veces se conquistan perfec-
tamente los Reinos rebeldes; porque si se debe a los rigores de la espada, sólo
se consigue un cadáver, y si al político indulto de la clemencia, se pierde una
seguridad; por eso es preciso que la prudencia arbitre, en tales casos, medios
que atemperen las perniciosas consecuencias de ambos extremos. El castigar
todo un pueblo rebelado, siempre se ha considerado exceso de rigor que toca
en inhumanidad; pero también el perdonar alguno de los cabezas de motín
(aunque sea sujeto de la primera jerarquía) es indulgencia imprudente y ca-
paz de producir fatales consecuencias al Estado; (pues qué será el premiarlos
como sucede hoy en el Perú?) No creo se encuentre ejemplar de esto en la
Historia; y antes sí castigos muy severos, aun en personas Reales, por sólo
pensamientos de infidencia contra las testas coronadas.
Diego Túpac Amaru (o Condorcanqui) y sus sobrinos han sido tan de-
claradamente traidores al Rey, que han levantado ejércitos poderosos contra
Su Majestad; y le han muerto más de cien mil vasallos, llenando de sacrilegios
los templos, y de cadáveres los campos; y después de todos estos horrendos
crímenes, no sólo se les perdona tanto delito, sino que se les asignan pensio-
nes. Yo prescindo de los motivos de política, con que se quiera abonar este
procedimiento del Gobierno peruano, ¿pero a quién se le ocultarán los daños
que de él resultan? El primero es el deshonor con que quedan las armas de un
Monarca tan poderoso como el nuestro, persuadiéndose como se persuade el
vulgo (que en este Reino es mayor que en todos los del Mundo) que el indulto
se ha publicado de miedo, por no poder sojuzgar debidamente a los Rebeldes.
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