Page 598 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen  1
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            El segundo la puerta franca que a éstos se les deja, para que en los sucesivo,
            con motivo o sin él, practiquen iguales atentados y quizá mayores; confiados
            en que además de ser perdonados cuando lo pidan, se les dispensarán premios
            como a Túpac Amaru y sus sobrinos, cuyo ejemplar será eterno en su memo-
            ria. Y el tercero es la mayor facilidad con que estos naturales seguirán en lo
            venidero cualquiera partido de rebelión, habiendo experimentado en ésta que
            han sido premiados los traidores, y desatendido el mérito de los fieles; cosa
            que nos ha sorprendido y no la creeríamos, si no  hubiéramos visto el testimo-
            nio más autorizado de esta verdad.
                    Ya se dijo que se publicó bando en que, por punto general, se perdona-
            ron los tributos de un año en las Provincias que habían experimentado los es-
            tragos de la Sublevación, ¿y quién podía persuadirse que esta gracia no había
            de entenderse con las provincias vecinas a esta Ciudad que, mostrándose fieles
            desde los principios, hicieron frente a sus mismos compatriotas, parientes y
            amigos en obsequio del Soberano; pues si no, se hubieran apoderado del Rei-
            no con mucha facilidad los Insurgentes? Mas no obstante ser esto, al parecer,
            una cosa fuera de duda y de justicia, habiéndose consultado a la Superinten-
            dencia General, se declaró por ella que no debía entenderse el indulto sino con
            los indios rebeldes. He visto el expediente original, despachado por el Señor
            Areche, y no acabo de admirar la sinrazón.
                    Durante la Rebelión se casó el Diego, en Azángaro, con una india, y
            sin reparar en que se hallaba notoriamente excomulgado, y por consecuen-
            cia incapaz de recibir ningún sacramento; le dispensaron el del matrimonio
            aquellos eclesiásticos, como si tal impedimento tuviera. El Señor Obispo los
            veló en Sicuani, y con este motivo se hicieron allí muchas funciones, que au-
            torizaron el Señor Inspector y sus subalternos, habiendo sido su padrino el
            mismo General. Esto no tiene nada de extraño, cotejado con lo que va dicho;
            ¿pero cómo creerá Vuestra Señoría, ni nadie, que el Señor Inspector, su Mayor
            General Don Joaquín Valcárcel y el Corregidor de Tinta Don Francisco Sal-
            cedo, coronados de flores se pusieron a bailar cachuas (así llaman cierto baile
            del País) en la plaza pública de Sicuani, con los rebeldes y la novia? ¿Cómo
            creerá Vuestra Señoría tampoco, que el mismo Señor General cortejaba a ésta
            con igual atención que pudiera a la dama de mayor mérito? ¿Ni cómo creerá
            ninguno, finalmente, que habiéndose puesto en libertad a otra india llama-
            da Cecilia, hermana o parienta del Diego, que se hallaba en esta Real Cárcel
            (después de azotada públicamente por cómplice de la Rebelión), la sentasen a



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