Page 469 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             La rebelión de Túpac Amaru II
            para convertirnos a nosotros sus indignos ministros y operarios de su viña y
            de flojos, inconstantes, interesados, y poco celosos de la salud eterna de las
            almas que nos ha encomendado, volvernos animosos, fuertes robustos, des-
            interesados, y píamente celosos de nuestra salvación y de la de nuestros her-
            manos. Porque la providencia que su inmensa bondad y la voluntad sincera
            que tiene de que todos nos salvemos, no me parece que es extraordinaria, sin
            muy frecuente; pues la he usado siempre con los infieles y pecadores, princi-
            palmente en los primeros siglos de su iglesia.
                    Y así como entonces, y después casi siempre, convirtió el Señor, y trajo
            a su conocimiento a los gentiles e idólatras más bárbaros y brutales, y hasta
            a los mismos tiranos y crueles verdugos del cristianismo valiéndose de la pa-
            ciencia, humildad, tolerancia en los trabajos y las persecuciones, de la piedad,
            misericordia y celo ardiente de la salvación de todo el Mundo, que dispensó a
            los primeros varones apostólicos, y en los tiempos posteriores a un San Fran-
            cisco Javier, San Francisco Solano y a los demás misioneros, y celosos ope-
            rarios de la viña de su Iglesia, los cuales no han dudado trabajar y sudar por
            cultivarla, para cosechar el fruto deseado de la conversión y salud eterna de los
            redimidos por Jesucristo, hasta derramar muchos su sangre y perder gustosos
            la vida a imitación del mismo Divino Salvador y Maestro; tampoco necesita
            otra providencia la verdadera conversión de aquellos indios, que la de nuestro
            continuo trabajo, celosa caridad, predicación, desinterés, e incesante cultivo,
            hasta dar la vida si fuese necesario, y derramar nuestra sangre, a lo menos en
            deseo, por la salvación de aquellos prójimos indianos.
                    Esta es la conducta bien regular de nuestro amante Dios, en la conver-
            sión de los más infieles, protervos y obstinados, aunque en castigos de nues-
            tros pecados, de nuestra desidia, y poco celo, se experimente rara, en estos
            infelices tiempos. Y creo que el mayor prodigio que obró, entre otros milagros
            por la conversión del Universo, fué el que de la misma paciencia y sufrimiento
            y de la sangre derramada de sus siervos y fieles ministros de su Divina palabra,
            renaciesen, como dice Tertuliano en su Apologética, nuevos fervorosos cre-
            yentes, y se aumentase el número de sus verdaderos adoradores; porque esta
            misma sangre de las víctimas del amor del Señor, de sus mártires vertida por
            la confesión de su Santo Nombre era la semilla más fecunda, que producía aun
            en la tierra más estéril, escabrosa e infecunda, la más abundante cosecha o el
            ciento por uno de admirables prodigiosas conversiones; y es, porque si no me
            engaño mucho, me persuado, que así como dice el Apóstol que: sine sanguinis



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