Page 441 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             La rebelión de Túpac Amaru II
            procedimientos, la rebelión contra su rey temporal, y la impiedad contra su
            Salvador y Rey de las Eternidades.
                    Comenzaron, Ilustrísimo Padre, a sentirse las consecuencias lamen-
            tables de tan inícuos principiados proyectos en las funestas revoluciones que
            se experimentaron desde el año pasado de 1780; y que verificándose primero
            en la ciudad de Arequipa y en la de La Paz por el motivo de Aduanas, mani-
            festaron sus tristes progresos en la sensible trágica muerte de don Antonio de
            Arriaga, Corregidor de la provincia de Tinta; y corrieron sin degenerar de su
            inhumana crueldad por las demás, de la ciudad del Cuzco, Oruro, Chuqui-
            saca, Chayanta y comarcanas; habiéndose experimentado en ellas tantos tra-
            bajos, calamidades y desastradas violentas muertes, así de los rebeldes como
            de los que defendían la justicia y causa de la Religión, y del Rey y de la Patria,
            que exceden mucho a todo lo que se puede haber remitido a España en rela-
            ción; no siendo menos sensibles los sacrificios atentados en los despojos de
            las Iglesias y muertes de algunos sacerdotes que las infidelidades, desacatos y
            desórdenes contra la subordinación debida a la augusta soberanía de nuestro
            monarca.
                    Mas, habiendo sido la infeliz ciudad de La Paz, como el centro de la
            guerra y de las terribles tragedias, miserias y hostilidades, que se sufrieron
            todo el tiempo de la sublevación, y que la hicieron bajar de improviso de la
            mayor altura de felicidad temporal, a la más sensible humillación y abatimien-
            to; allí fué donde padecieron sus habitantes el cerco de seis meses, bien que
            interpolados, pasando noche y día aquellos nobles y leales paceños con las
            armas en la mano, y con el credo en la boca; viendo y esperando todos la
            muerte por instantes, no sólo en las nocturnas y diurnas invasiones de los su-
            blevados, sino mucho más en el hambre, sed y contagiosa pestilencia que por
            consiguiente padecían.
                    Viendo, pues, a esta miserable ciudad bloqueada tantos días y en es-
            tado de perecer, pues no cesaba la irrupción de los indios, ni la venía socorro
            y auxilio alguno de los que esperaba, ya se deja ver que los oficios que perte-
            necían a los sacerdotes, ancianos de Israel, y ministros de Jesucristo, eran, no
            el acometer al enemigo, no con armas materiales, municiones y pertrechos de
            guerra, sino con las espirituales de la oración, y municiones de boca, con que
            puestos entre el vestíbulo y el altar, implorasen la divina clemencia, aplacasen
            la ira del Señor; amonestasen y acordasen sus obligaciones a los patricios; y
            procurasen reducir los dispersos al redil de aquel Pastor, cuya voz íntima el



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