Page 439 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
La rebelión de Túpac Amaru II
progresos y adelantamientos tan ventajosos que tenían los naturales de aque-
llos vastos dominios, después que recibieron el cristianismo, y se conserva-
ron en él constantes bajo el suave yugo de la dominación de los monarcas de
España; siendo esto evidente en tanto grado, que por cualquier lado que los
mirasen, así por lo respectivo a la creencia y conocimiento de los dogmas
católicos, como por la multiplicación y crecidísimo número de sus pueblos;
por la regularidad de su trato apacible, y de sus costumbres; por lo relativo a la
atenta solicitud al trabajo de que depende el sustento de sus familias, y final-
mente por la docilidad de ánimo y sumisa, rendida sujeción al Cetro español;
tendrían dificultad en discernir, si los actuales indios podrían ser hijos o des-
cendientes de aquellos que encontraron los conquistadores en sus primeros
descubrimientos, y hermanos de los que aún se hallan descarriados fuera del
redil y gobierno de nuestros Soberanos; y por consiguiente lejos del conoci-
miento de la verdadera religión, y que por decirlo así, apenas se diferencian de
los brutos; siendo el origen y principio que los distingue y extrae del abismo
de tantos males, la divina gracia por Jesucristo, y la próspera dichosa sujeción
y obediencia a la Corona de España.
También percibieron, entendieron y confesaron estas mismas ventajas
innumerables indios habitadores de aquellos países, y por eso vivieron tanto
tiempo sin mutación alguna, agradecidos a la misericordia de Dios, y reco-
nocidos a nuestros reyes católicos, a los cuales tenían y estimaban por sus
libertadores, dispensadores fidelísimos de los beneficios del Señor, protectores
celosísimos de los obreros y maestros evangélicos que incesantemente han en-
viado para que los dirigieran a la vida eterna, y como amorosos padres a quie-
nes deben su vida sociable, política y racional; extendiéndose tanto por este
medio en aquellas regiones los brazos de la Cruz de Jesucristo en la eficacia de
sus frutos, cuando ha alcanzado el cetro de nuestros monarcas en su domina-
ción; pues siendo la misma cruz, plantada en aquellos países, como el árbol de
la vida, ha sido protegida y defendida tan esforzadamente con la espada de los
Reyes Católicos, que bajo de su soberana sombra vivieron pacíficos y seguros,
no sólo los naturales americanos, sino los españoles y demás gentes que han
pasado a habitar en aquellas partes, y a quienes la confesión y profesión de una
misma fe y religión, y las sabias leyes del Soberano han mantenido en pacífica
unión y enlace indisoluble hasta la época del presente tan invicto y glorioso,
como religiosísimo Príncipe Carlos III, nuestro señor, cuya bondad, sabidu-
ría, piedad y amor a sus vasallos le hacen acreedor a la suerte y regalías de
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