Page 80 - José de la Riva Aguero - Vol-1
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Volumen 1
                                                                          Documentos varios
            Esto me hizo lebantarme inmediatamente y despedirme; pero el fraile tomo la
            palabra y revistiendose de urbanidad, dijo, si vuestros tienen algo que hablar
            yo me separaré y contextando Francia y las dos mugeres que allí estaban, que
            no tenían nada de reserva, y que no se fuese el fraile, me suplicaron todos, que
            me sentase, lo que efectué apenas unos poquisimos minutos.
                    [Al margen: Oyendo á la mas avanzada en edad, que me presentó al
            fraile con la recomendación de ser chileno, me=] Volvi á lebantar con el ob-
            geto de salirme, pues no me acomodava aquel teatro, pero continuando el
            Procurador hablando un lado con una de las dos, esto es, con la mas moza,
            que ignoro que relaciones tiene con ella, pues la otra era anciana, que me em-
            tretubo hablándome de que tenia estanquillo en la calle de las Mantas, y que
            la dueña de la casa era la que hablava con Francia, y queriendome enseñarlo
            reducido de la casita y lo caro de su arrendamiento me hizo ver la quadrita.
            Desecho yo por dejar semejantes gentes, me despedí y me siguió Francia hasta
            la calle, en donde le di mi versi para que nombrase depositario para el embar-
            go de la Huerta. Yo segui mi dirección para Guadalupe, y el Procurador tomó
            la calle derecha de la espalda de la Trinidad, que va para la del callao.
                    Esta es la pura verdad y no hay en esta relacion nada de mas ni de
            menos. El Procurador Francia deberá declarar esto mismo, como que el es
            quien me hizo entrar á la casa. Jamas habia yo conocido á semejantes muge-
            res, ni las volvi á ver despues. Asi todo quanto digan es falso. ¿Qual es pues mi
            culpa? Si en haber visto á esas dos mugeres, hay algún crimen, en este caso lo
            tendrá Francia. ¿No merecería yo que me encerrasen por loco en San Andrés,
            si hubiese tenido la menor conversación de materias políticas con esas gentes
            idiotas, desconocidas, y repugnantes para mi? ¿Puede, ni debe un Juez dar cre-
            dito á las calumnias de unos ladrones y homicidas, que tratan á toda costa de
            escaparse del suplicio? ¿Que justificación pueden tener los dichos de esos de-
            lincuentes, sin comprobación alguna? se dara mas credito á estos, cuya crimi-
            nal conducta los hace siempre sospechosos, que á mi, que por la misericordia
            de Dios, no tiene ninguno que tildarme, sino valiéndose de imposturas? Que
            legislación, ni la mas barbara, puede condenar sin oir al acusado? ¿Que, se
            hade suponer que haya Jueces tan impíos, que quieran ellos mismos inventar
            delitos; hacerse cómplices de los calumniantes ayudándolos en sus maldades,
            y que en vez de protejer el honor, y la inocencia, se de diquen á hollar las leyes
            mas sagradas de la sociedad? ¡Ah En que tiempos vivimos! ¿Como se ha for-
            malizado pues ese proceso contra mi? Cuantos tramites no ha corrido, pues



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