Page 63 - Padres de la Patria
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madura deliberación del Congreso y el voto de gentes sabias, que con el de
llenar la obligación, que yo mismo me impuse, escribiendo la otra carta.
Efectivamente, muy poco habríamos adelantado en la gloriosa carrera de
nuestra libertad, si ocupados solo en detestar la realidad, no nos
precautelásemos también de los fatales resultados de una república mal
constituida. Los ciudadanos honrados siempre deben recordar, que nunca fue
mas tiranizada la república romana que cuando la rigieron los decemviros; que
Octavio, al partirse el imperio del mundo con Antonio y Lepido, inmoló a su
venganza los hombres más virtuosos, por hacer bien a la república; que los
venecianos se lisonjean de llamarse repúblicos, obedeciendo un senado
aristocrático; y que Marat, y Robespierre, humanados tigres, casi dejaron yerma
la Francia, por cimentar la república. Cuyas causas, no siendo otras, que la
precipitada consolidación de las leyes fundamentales; la seducción de los
pueblos por el encanto de las palabras, con total olvido de las cosas; y la
liberticida ambición de sus pretendidos legisladores, deben frustrarse
oportunamente y antes que tenga que volver en sí el pueblo, a vista de los
desastres, las proscripciones y la muerte.
Es indudable: cada institución civil adolece por desgracia de un secreto defecto,
que inherente a ella, va atacándola insensiblemente, hasta convertirla en contra
de su mismo objeto, si no se hubieren concertado en tiempo las medidas
convenientes; siendo este, con respecto a las repúblicas, según lo testifica la
experiencia, consignada en los anales de todos los siglos, la dificultad
que el pueblo tiene para hallar amigos fieles, robustos defensores. ¡No permita
Dios, que, algún día, pueda hacerse tan tremendo cargo a los integérrimos
padres de mi patria; ni que en el próximo Congreso haya un Mirabeau, un
Danton, un Sieyes, cuyos nombres adorados antes por el pueblo, se han hecho
tan execrables en las sangrientas páginas de la revolución francesa, cuanto
infame y cruel es el hombre, que sacrificando la causa pública, con todo linaje de
intriga y desvergüenza, a su engrandecimiento personal, prostituye la confianza
pública.
Nos han agobiado los reyes con su tiranía; cansados estamos de esperar la
felicidad que prometen con los labios; nuestros derechos nunca pueden
afianzarse bajo su imperio: república queremos, que solo esta forma nos
conviene. Tal es, según entiendo, la voz general de los moradores del Perú.
Está bueno; yo pienso lo mismo, y para llegar a este término, he señalado de
antemano los inconvenientes de la potestad regia. Pero ¿Con solo desear, pedir
y reformar república ya somos libres, grandes, prósperos y felices? ¿Con solo
tener parte en la elección de la autoridad suprema y verla rolar por entre estas y
las otras manos, ya tocamos la cumbre de nuestra fortuna nacional, ya fincamos
la paz en nuestro clima? Nos equivocamos miserablemente, si el mágico sonido
de la voz y no la sustancia ha de entretenernos.
Es preciso, que la Constitución, sobre que deba quedar librada la república,
conserve ilesas, como he dicho antes, la libertad, seguridad y propiedad, de
modo, que nunca jamás se perturbe su ejercicio; y que, adecuándose a la
extensión, población, costumbres y civilización, las multiplique, mejore y
regenere, por la eficacia y benignidad de su influjo. Así, lograremos todas las
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