Page 60 - Padres de la Patria
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máximum; y que al concurso simultáneo de estas medras, no sólo vea nuestra
tierra empedradas sus calles con oro y plata, sino que de cementerio, se
convierta en patria de vivientes. Con que cuando se hace mérito de la población
etc. para acomodar la forma de gobierno, no debe fijarse la atención en el estado
actual de estas circunstancias, sino sobre el que puedan y deban tener en
adelante. Y, adecuándose la forma monárquica, según el espíritu de la
proposición a la situación decadente en que se halla el país, mal puede llenar
nuestros deseos. Todo aquello obra en razón de su adaptabilidad al fin que se
aplica, y la esfera de su actividad no puede extenderse más allá de su poder
intrínseco: luego, si la monarquía se considera apta a nuestro estado actual, en
el mismo debe mantenernos; luego, si se ha resuelto el problema a su favor, se
ha resuelto la continuación de nuestros males, o con más propiedad, el
insuperable obstáculo de nuestros futuros bienes. Hablemos de buena fe: si se
trata de nuestro máximo engrandecimiento, la monarquía es inadaptable, porque
se conceptúa acomodable a la situación presente. Y si no se trata de él, mejor es
que no nos recalentemos el cerebro con meras especulaciones. Más no
salgamos de los términos.
¡La extensión...! ¿Qué tiene la extensión de adecuado a la monarquía? Obvia es
la respuesta. Un campo más dilatado, en que pueda blandirse la tremebunda
vara del despotismo; una inmensa distancia desde el centro del gobierno a los
puntos de su circunferencia, y en ese intervalo, un enjambre de autoridades
intermedias, a quienes tiene cuenta, previene el concepto del rey en razón
opuesta de lo que sucede en las provincias, y a aquel, que así sea; de suerte
que, cuando a alguno se le separa la cabeza de los hombros, es por el crimen
de lesa majestad, aunque la causa haya sido un rodillo del mandador. ¿Qué
tiene la extensión? Es, que los monarcas son tan grandes, que sólo lo muy
grande les cuadra bien.
La población... ¿Cómo nos entendemos? Ya el rey bajó mucho; pues territorio
sin gente no vale nada, y la poca que hay aún no basta para carabineros reales,
guardias de corps, gentiles hombres, caballerizos, mayordomos y demás turba
palaciega; sin perjuicio de los regimientos, que sostengan la diadema regia, y
que al mismo tiempo, protejan los caprichos del hermano, del tío y del aliado,
reyes de tal y tal parte, cuando sus majestades han determinado tapar el
resuello a una centena de miles, porque pidieron pan, reservándose desde luego
el motivo en su real ánimo.
¡Las costumbres! ¿Y la civilización? ¡Qué desgraciados somos los peruanos!
Después de pocos, malos y tontos. Sólo los pueblos muy virtuosos y muy sabios
no son dignos de regirse por monarcas. Con todo, nosotros no cebamos
nuestras piscinas con las carnes de nuestros esclavos, para que sean más
sabrosas, y tal cual conocemos el sistema representativo. La religión santa que
profesamos, y las luces que difunde el siglo pueden morigerarnos y civilizarnos
con más ventajas que a los romanos sus arúspices, y sus senado-consultos.
Además, es cosa averiguada, que nadie se engaña en negocio propio: todos
más o menos poseemos el caudal necesario, y los conocimientos precisos para
el séquito de este juicio, que es de toda la familia peruana. Con que, el estar,
como neciamente se presume, los peruanos en la primera grada de la escala de
la civilización, no es motivo para ahogarnos con la real coyunda. ¡Por cierto, que
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