Page 59 - Padres de la Patria
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padres de su patria, con la ejecución de los valientes, que lo habían arrancado
de las garras de la águila francesa. Y ¿con quién contó este déspota para
tamaños atentados? Notorio es que con los mismos españoles en quienes se
había desvirtuado enteramente el sentido íntimo de la libertad. Con la opinión de
ellos, y con sus brazos sumerge de nuevo el reino en el abatimiento; seis años
transcurren para que se reanimen Quiroga y Riego. Restitúyese el goce de la
constitución; pues todavía hay serviles que pelean por derogarla. ¡Qué destino el
de los hombres! Las sencillas palomas nunca se avienen con los milanos, huyen
cuanto pueden de sus asechanzas; pero nosotros nos disputamos la gloria de
rellenar con nuestra sangre un estómago real. Las ovejas todavía no han
celebrado convenciones con los lobos; pero los racionales vendemos nuestros
juros, concedidos por la naturaleza, a los que se titulan soberanos. Admírase a
Esaú vendiendo su primogenitura por un plato de lentejas, y no extraña ver a la
imagen de Dios, dando gracias por la servidumbre, que sobre su frente le ha
marcado un cetro. Parece que es nuestra herencia la bajeza. Se cae la pluma de
la mano, al reflexionar cuánto han trabajado las generaciones por esclavizarse, y
cómo millones de hombres han descendido al sepulcro, sujetos duramente a la
voz de una dinastía reinante.
¿Y será posible que igual suerte toque a las opulentas regiones del Perú,
cuando con sólo tornar la cara al norte vemos abierto el inefable libro, en que
con caracteres de oro se lee libertad, igualdad, seguridad, propiedad? Si tal
sucede, nuestra degradación es infalible, y la proscripción práctica de nuestros
augustos derechos irremediable. Lograríamos en trueque de ellos ser peritísimos
en el abierto arte de pretender; el interés particular sería nuestro continuo
estudio, y limitados al estrecho círculo, que abraza nuestro individuo, miraríamos
con la más torpe indolencia la salud de la comunidad; las relaciones sociales,
que vinculan la unión y la fuerza, se relajarían, así como desaparecerían todas
las virtudes cívicas; porque ellas son incompatibles con sentimientos rastreros,
que precisamente deben adquirirse bajo un gobierno en donde el medio de
adular es el exclusivo medio de conseguir. Esta perspectiva espera el Perú, si
se monarquiza; pues evitémosla oportunamente, y constituyámonos de manera
que jamás se opaque el esplendor de nuestra dignidad. Pero reflexionemos
también acerca de las otras circunstancias, que designa la cuestión, como
necesarias.
La población del Perú no corresponde a su extensión; sus costumbres y
civilización son el resultado de la conquista; luego pongamos rey. Consecuencia
mezquina, y absolutamente disconforme con las beneficentísimas miras, que
merece el país porque, si la población ocupase todo el territorio, y si las
costumbres, y la civilización fuesen de otro orden, que el que se nos echa en
cara, a buen seguro, que no se trataría de rey. Esta inducción nace de los
mismos términos que se han fijado, y de las explicaciones de la sociedad
patriótica. Y ¿Nos hemos de quedar, como se supone? Imaginarlo siquiera no
sólo es una alta injuria al Perú, sino olvidarse del mismo blanco, a donde deben
encaminarse todas nuestras fatigas y privaciones. Al declararse independiente
el Perú, no se propuso sólo el acto material de no pertenecer ya a la que fue su
metrópoli ni de decir alta voce: ya soy independiente; sería pueril tal
contentamiento. Lo que quiso, y lo que quiere es: que esa pequeña población se
centuplique: que esas costumbres se descolonicen; que esa ilustración toque su
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