Page 55 - Padres de la Patria
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insípida e impertinente, respecto de que no se trata de ostentar lo que se ha
leído, ni cubrir con apóstrofes y exclamaciones lo que se ha dejado de leer.
Ventilamos una cuestión práctica, trascendental a generaciones enteras, y que si
se resuelve con otros datos, que no sean tomados de las mismas cosas, según
naturalmente vengan, somos perdidos, sin que ningún poder humano pueda
remediarlo. Así, pues, desde este instante: fuera pasiones viles de adulación o
de interés; lejos de mí afecciones particulares, esperanzas y temores; y cuanto
pueda empañar el esplendor de la verdad. No es esta una negociación de
gentes privada, ni se ha propuesto esclarecer la sucesión de un mayorazgo.
Cómo seamos establemente libres; cómo nuestra tierra llegue al último punto de
engrandecimiento; cómo acumule toda su riqueza, y se devuelva a influjo del
gobierno el genio de la industria, y del comercio y de la agricultura sobre su fértil
suelo; cómo se afiance el procomunal perennemente; cómo la fatal discordia
aparte de nosotros su formidable tea, bajo una administración adecuada al
mínimum de nuestros males, y al máximum de nuestros bienes; y cómo por fin
gustemos en dulce contentamiento los frutos de tan costosos sacrificios, a la
sombra del árbol de la independencia; he allí el objeto de todas nuestras
inquisiciones. Y todo lo que le sea incongruente, que se separe, y vaya a
entretener la afición de viles egoístas, de infames mercenarios.
Con tales prevenciones entro en materia, y lo primero que se presenta sobre el
papel, es el gobierno monárquico, como una de las formas más antiguas, y que
reúne el voto de muchos escritores, aunque no de tanta y tan grave autoridad,
que no puedan ser batidos completamente, y más cuando rollizos e
innumerables volúmenes de pergamino se han precipitado de las bibliotecas,
que formaron los siglos 12, 13 y hermanos, al aparecer el pacto social, pequeño
folleto a la verdad, pero tan prodigioso como la piedrezuela, que derribó la
gigantesca estatua del rey de Asiria. ¡Gracias al virtuoso ciudadano de Ginebra,
que enseñó a aplicar el arte de discutir al de obedecerse a sí mismo, aún bajo
las instituciones sociales!
Ciertamente, que el gobierno monárquico es el más sencillo; y cuantos lo han
analizado, se han detenido únicamente en el modo de enfrentar la autoridad del
monarca. De aquí, senados que propongan, congresos que representen, y
otros establecimientos, que moderen reduciéndose en sustancia tantos conatos,
a evitar que el rey sea absoluto, y procurar que su régimen mantenga la libertad
civil, esto es, el ejercicio de las leyes, que los mismos pueblos se dicten sin
restricción para su felicidad, y seguranza de sus imprescriptibles derechos. A
esto, y a nada más, se dirigen las sublimes teorías de escritores profundos y
benéficos, que han meditado acerca de la dignidad del hombre; estos intentan
sostener esas constituciones de los pueblos libres, sazonado fruto de la filosofía
y la política, y de la reunión de los afortunados padres, que abogando por la
causa de sus comitentes, deben llamarse los sacerdotes de la patria, cuyos
fieles labios custodian el arca santa de la libertad del pueblo. Que por lo demás,
y para depender de una voluntad absoluta, muy poca ciencia se necesita. Basta
saber temblar siquiera con la memoria de una testa coronada, basta concentrar
en sí mismo los augustos intereses de todo un pueblo, basta conformarse con
inveteradas habitudes y, sobre todo, basta congratularse de ser esclavo; cuyas
consideraciones, siendo tan degradantes, no pueden ser objeto, no digo, de
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