Page 52 - Padres de la Patria
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derecho público y el régimen de las sociedades: que seguramente no ha sido el
                  producto  de  circunstancias  efímeras  o  raptos  apasionados,  sino  de  las
                  contemplaciones  profundas  de  ciertos  hombres  extraordinarios,  quienes  en  la
                  tranquilidad de sus gabinetes engendraron los conceptos que, trascendiendo a
                  los demás, han mudado después la faz del orbe. Por ellas la guerra regular, no
                  la nefanda que el genio del mal ha atizado en nuestro suelo, se ha suavizado en
                  términos  de  hacerse  más  a  los  intereses  que  no  a  los  hombres;  de  que  las
                  contiendas se decidan por los ejércitos, respetado el pueblo indefenso; y de que
                  los prisioneros no tengan casi que extrañar sino la gloria del vencimiento. Por
                  ellas  también  se  han  corregido  y  depurado  las  ideas  absurdas  que  rigieron
                  tantos siglos acerca de la economía social.  A todos interesa hoy la participación
                  de  sus  luces:  el  que  no  manda  obedece,  a  los  más  tocan  alternativamente
                  ambas  funciones  y  el  que  no  quiera  mandar  por  capricho  y  obedecer  por
                  coacción, el que rehuya los horribles nombres de déspota y esclavo, tiene que
                  imponerse cuidadosamente de sus derechos y obligaciones. Cuando la filosofía
                  tomó a su cargo desvanecer el prestigio que estremecía los ánimos a vista de la
                  autoridad y la revestía de los atributos de la omnipotencia, pero que bien o mal
                  mantenía el orden político;  cuando trato de evitar aquellas alternativas en que a
                  la sumisión ciega y  trémula sucedía la insolencia y el furor, contrajo también el
                  débito  de  asignar  mejores  apoyos  a  los  vínculos  sociales.  La  deuda  esta
                  satisfecha  y  la  humanidad  se  precia  de  ver  unidos  a  sus  hijos  por  principios
                  racionales, dignos de la naturaleza del hombre y de la innata nobleza de su ser.

                  Siendo la sociedad un fondo de utilidad y beneficencia para todos los miembros
                  que  la  componen,  el  ejemplo  de  una  compañía  de  comercio  no  deja  de  ser
                  idóneo para dar una idea de ella.  Y como en esta nadie puede aspirar a sacar lo
                  que no ha puesto, la preferencia relativa de los accionistas nace de sus mayores
                  imposiciones  y  el  fin  de  todos  y  de  cada  es  beneficiar  su  capital,  esto  es,
                  alcanzar  con  el  menos  pósito  los  mayores  rendimientos  posibles:  así  en  la
                  sociedad es forzoso que dada cual haga cierta cesión de su propiedad, libertad y
                  demás derechos de hombre para que de la suma de las cesiones se constituya
                  una fuerza pública que le asegure la guarda de los que se reservó de aquellos
                  mismos  derechos;  que  los  goces  y  distinciones,  siempre  onerosos  al  resto,
                  lleven una exacta proporción con los servicios que se rindan a la comunidad y
                  que  esta  sea  tan  sobria  en  restringir  los  derechos naturales de  los  individuos,
                  que no les quede a estos duda alguna de la necesidad de las restricciones. De
                  este modo, el perezoso e indolente se atraerá la indignación como un usurpador
                  del trabajo  ajeno;  el solicitante  importuno  de  honores  incurrirá en  el desprecio
                  como un frívolo; y el negociador de privilegios será tratado como un perturbador
                  del orden. La patria fundada sobre esas bases será el ídolo del ciudadano, que
                  reconocerá  refluir  infalible,  aunque  remotamente,  sobre  sí  cuanto  haga
                  directamente por ella.  Y la patria contará seguramente y en todo evento con sus
                  esfuerzos mientras que haya en los hombres algún resto de amor propio. Las
                  maquinaciones  externas  nada  podrán  contra  un  cuerpo  a  quien  da  vida  el
                  sentimiento de su alteza y dignidad, y cuyos miembros poseídos de un orgullo
                  nacional más exaltado que el que pueda imprimir la ascendencia ilustre de diez
                  siglos,  repelerán  indignados  aún  las  sombras  del  deshonor.  Será  la  patria
                  invadida y cada acción en su defensa irá marcada con el sello del heroísmo.





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