Page 28 - Padres de la Patria
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conciencia, de V. E. mismo, del público, levantarían mi alma sobre sí misma y la
                  pondrían a nivel con la grandeza del objeto.

                  ¿Pero quién no se incendia cuando arde la sagrada llama de la libertad? ¿Qué
                  lengua no se suelta cuando por todas partes resuenan los vivas del júbilo público
                  al pregonarse  el decreto  de  nuestra  anhelada  independencia?  ¡Oh  padres,  oh
                  sabios  nuestros,  que  dormís  en  la  noche  de  la  tumba  y  descendisteis  a  ella
                  dejándonos en la amargura de la opresión!  Si acaso en el reino en que reposáis
                  orlados de gloria, sois capaces de gozaros en nuestro felicidad, considerad cuál
                  sea, recordando lo que gemíais en silencio, y pedid al soberano árbitro de las
                  naciones  que  jamás  vuelva  la  América  a  ser  gravada  con  tal  peso;  que  sea
                  amiga  de  todos  los  pueblos  pero  enemiga  de  toda  opresión;  que  use  de  su
                  libertad de manera que se juzgue no empieza  ahora a gozarla sino que nació
                  con  ella;  que  sus  hijos  se  digan  antes  de  la  patria  que  de  la  familia  a  que
                  pertenezcan;  y  que  todas  las  potencias  vean  en  cada  ciudadano  nuestro  un
                  Catón, un Fabricio, un Valerio, que de nada se acuerden, sino de la dignidad de
                  los hombres libres. Pedid más... pero yo olvídome señor excelentísimo de V.E. y
                  arrebatado en la libertad de mi patria no me convierto al héroe que ha venido á
                  establecerla y publicarla. Más no, no es olvido, sino tener siempre presente a V.
                  E. porque nuestra gloriosa independencia está  de tal modo enlazada al nombre
                  del Washington de esta América, que jamás podrá hacerse memoria de nuestra
                  felicidad  suspirada,  sin  hacerla  igualmente  de  V.  E.;  y  refiriéndose  la  historia
                  gloriosa de nuestra regeneración, se referirá al mismo tiempo la del adalid ilustre
                  que quebró el cetro de los opresores y substituyó la gloria a la infamia, la libertad
                  a  la  esclavitud,  la  abundancia  a  la  escasez,  el  decoro  a  la  bajeza  y  la  alta
                  representación  de  los  pueblos  del  nuevo  mundo  a  la  nulidad  en  que  yacían.
                  Gócese    V.  E.  en  la  gloria  singular  de  que  su  fama  correrá  al par de  nuestra
                  grandeza y nombre, y oiga desde ahora las bendiciones de la posteridad, con
                  cuyos poderes hablo, aunque no pueda llenarlos dignamente. Ah! ¡Qué timbres
                  tan altos los de V. E.! Los hombres agobiados de la desgracia y arrastrando un
                  vida  que  sólo  animaba  por  la  aflicción,  han  erigido  arcos  y  trofeos  a  los
                  conquistadores,  que  armados  del  rayo  de  la  guerra  han  destruido  ciudades,
                  provincias y reinos; pero hoy los pueblos regocijados ensalzan, no al devastador
                  de los imperios, no al azote de la humanidad, sino al hombre que con dolor se ha
                  armado de la espada para forzar a los tiranos a que acaten la libertad que nos
                  ha  concedido  Dios  y  la  naturaleza.  Bendición,  loor  y  cántico  perpetuo  al  hijo
                  primogénito  de  la  patria,  que  rompiendo  la  tremenda  antigua  valla  de  la
                  servidumbre,  venciendo  obstáculos  a  que  casi  no  podía  bastar  el  espíritu
                  humano, logró establecer el trono de la libertad en el centro del más sistemado
                  despotismo.

                  ¡Qué grande es el hombre que hace a los pueblos felices! ¡Pero qué mayor el
                  que los saca de la desgracia y los constituye en la prosperidad pública!  ¡El que
                  no se cree feliz mientras considera en la amargura a sus hermanos! V. E. tiene
                  esta  grandeza  y  todas  sus  gloriosas  hazañas,  y  las  de  sus  progenitores,  se
                  olvidan en ella. Porque siendo V. E. hijo de un teniente coronel de la corona de
                  España, a quien por su probidad y méritos se confió el gobierno de Guaranís, de
                  donde vio V. E. la luz primera, antes hijo de sí mismo, y natural de la América.
                  ¿Quién  recuerda  el  origen  del  Nilo  contemplando  su  caudal  en  la  soberbia
                  Menfis? ¿Ni quién recordará los timbres de sus progenitores a la vista de los de



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