Page 27 - Padres de la Patria
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Tulios? ¿Acaso acabó en ellos el vigor de la fecunda naturaleza? Esas lenguas
divinas, más terrible a los Filipos y Antonios que las falanges y legiones, parece
pronunciaron en sus inmortales arengas las oraciones fúnebres a la elocuencia,
que iba a sepultarse con la libertad de Grecia y Roma. Y a las grandes
producciones del espíritu sucedieron las bajas adulaciones de los tímidos
talentos subyugados a los tiranos, o las quejas de los que no podían abatirse
hasta adorar a los opresores de la humanidad, que para libertarse del tremendo
tribunal de las letras, cuidaban de sofocarlas. Caído el imperio de los Césares y
el de Constantino en las varias vicisitudes del mundo político, pasando siempre a
diferentes señores, y subdividido el legado del género humanos en pocos
herederos del poder, después de la erección de las grandes monarquías, y
pequeñas repúblicas, se han dejado ver algunos fósforos de luz, pero
insuficientes a restituir a la elocuencia aquella dignidad propia de su libertad
perdida. Y aun cuando se ha recuperado en algunos países o sus voces se
resienten del antiguo lenguaje de la esclavitud o no guardan el decoro del
hombre libre por principios, y se escuchan más bien los ecos del siervo, que
rompe las cadenas y blasfema contra el Señor, que las sentencias del sabio en
la nobleza de su libertad.
Tal ha sido la suerte de la palabra por casi veinte siglos en el orbe antiguo, en
donde tuvieron su domicilio las letras. Y en esta parte del globo, que ilustró la
aciaga luz de la guerra, antes que la benéfica de la filosofía, y en donde aun en
este primer alcázar de las ciencias, apenas se ha permitido ingreso a las que
podían ilustrar al hombre en sus derechos, siendo la mayor pompa de la oración
destinada a inventar nuevos formas de lisonja a los representantes del monarca,
¿cuál puede ser el estado de la elocuencia americana? Desde el asiento en que
me escucha V. E. oían nuestros virreyes sus alabanzas, y con sólo la dignidad
del virreinato ya estaba el orador obligado a convertirlo en héroe, y a formarlo
grande desde la cuna, elevando al apoteosis hombres comunes, cuya pequeñez
se hacía más palpable cuanto más se esforzaban los panegiristas en
engrandecerla. Hasta aquí han gemido estos oprimidos del peso de la adulación
y han recelado parecer cortos en sus elogios: yo gimo bajo el peso y dignidad de
los hechos, bajo la grandeza de V. E. y temo parecer largo hiriendo su
modestia. Mis predecesores han venido en las más ocasiones a ensalzar a
personas sólo conocidas por sus casas o empleos, cuya grandeza y único mérito
era o la fortuna de sus mayores, o el gobierno logrado por el favor, o por motivos
menos nobles: yo vengo no a ensalzar, sino a admirar a un ilustre conocido por
sus hazañas, y elevado por el voto de los pueblos. ¡Qué diferencia! ¡Qué
empeño tan distinto! ¡Elogiar a los que sólo parecen grandes en sus
panegíricos, o al que en ellos únicamente se presentará menor de lo que es en
sí mismo y en la pública estimación! ¡Celebrar a los mandatarios de la Iberia o al
genio de nuestra libertad! ¡A los que traían la comisión de apretar nuestras
cadenas o al que ha venido sólo a romperlas! ¡A los que se fatigaban por
regresar a la Península cargados del botín de nuestro oro y plata, excepto pocos
que conservaron sus manos tan puras como sus intenciones, o al que trabaja en
cimentar nuestra independencia y en vivir a la sombra de su reputación y de la
gratitud de los pueblos! ¡Oh si yo fuese tan elocuente como sensible! Entonces
con sólo derramar mi corazón habría llenado los votos de la escuela y del Perú:
entonces cada palabra sería una acción de gracias, y la aprobación de mi
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