Page 188 - Vida y Obra de José Baquijano y Carrillo - Vol-1
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Volumen  1
                                           Reflexiones por Juan Baltasar Maciel sobre el «Elogio» de Baquíjano
            pesos que desembolsan los indios todos los años para su cura y doctrinero,
            hacen 15 millones en cada quinquenio.
                    [166] A esta espantosa suma no llega, ciertamente, lo que sacan los
            corregidores en sus respectivos quinquenios, pues aunque a cada uno, con
            respecto a los demás, se le consideren cien mil pesos, a que los más, en la rea-
            lidad, no ascienden, apenas llega el total en dichos 5 años a la cantidad de 8
            millones. De suerte que siendo estos ocho lo más que se le puede calcular a los
            corregidores, y aquellos quince lo menos que se le debe considerar a los curas,
            se concluye desde luego que, tomando un cierto medio de proporción, contri-
            buyen los indios a sus corregidores una mitad menos que a sus curas. Y es dig-
            no de notarse que, si los corregidores recogen de los indios tan grande suma
            de dinero, es por los efectos que les repartieron, y que aunque sean gravados
            con el exceso de sus legítimos precios, perciben el provecho de su intrínseco
            valor, pero nada perciben de su cura, por lo que dobladamente contribuyen,
            ya sea por sus derechos parroquiales que es lo menos, ya por aquellos exhor-
            bitantes emolumentos que la codicia ha vinculado con la extraordinaria copia
            de fiestas anuales en que todo el aparato religioso se reduce a una multitud de
            banderas que cada una cuesta al indio que la lleva, 50 y aún 100 pesos.
                    [167] Lo que hay en esto de más extraordinario y singular es que los
            indios, rara vez se quejan de sus curas, por más que la conducta de éstos in-
            fluya visiblemente en su pobreza y miseria. La bastarda idea que tienen de
            nuestra religión, efecto propio de su mala educación, es sin duda la causa de
            su silencio. No comprendiendo su verdadero espíritu y que su principal culto
            debiera consistir en el sacrificio de su corazón, piensan que las demostracio-
            nes públicas, por más ajenas que sean al fin a que la Iglesia dirige su culto
            exterior, hacen todo el fondo de su religión, y que una devoción aparente y
            señalada con la más profana divisa, llena y colma el objeto de la piedad cristia-
            na. Por eso, el indio que logra una bandera en la procesión, se considera en el
            colmo de su espiritual felicidad y, lisonjeado con aquella insignia, señal de su
            religioso fanatismo, lejos de sentir el desembolso que se la mereció, la celebra
            después con nuevos gastos que terminan con embriaguez.
                    [168] Mas, sea de esto lo que se fuere, lo que de todo se infiere es que
            los, pastores de sus almas y los prepósitos de sus cuerpos, quiero decir los que
            debían contribuir a su eterna y temporal felicidad, encaminándolos por las
            sendas de la religión y policía, han sido, por su codicia y mala dirección, la
            verdadera causa de su miseria, el origen de su opresión y quienes, finalmente,



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