Page 80 - Guerrillas y montoneras durante la Independencia - Vol-1
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Volumen 1
                                                                    Prólogo a la segunda edición
                    Hay dos armas tradicionales que figuran en el primer volumen pero
            únicamente con respecto a los guerrilleros gauchos que se enfrentaban con las
            fuerzas realistas del Alto Perú: el lazo y la boleadora. Sin embargo, otra fuente
            certifica que fueron también utilizadas por los valientes jinetes morochucos:
                    «En la heroica ciudad de Cangallo a los diez y seis días del mes de
            mayo de mil ochocientos cincuenta y tres años: reunidos los infrascritos ciu-
            dadanos con motivo de haber llegado a nuestro conocimiento el nuevo insulto
            que el gobierno boliviano ha irrogado al nuestro, lanzando de su territorio de
            una manera estrepitosa é ilegal a nuestro Cónsul y Encargado de Negocios en
            dicha República – ofrecemos a la patria en tan solemnes circunstancias, nues-
            tra débil cooperación y esos lazos y cocobolos teñidos todavía con la sangre
            de los vencedores del vencedor de Europa, de los arrogantes españoles, cuyo
            nefando orgullo supimos humillar en más de un combate a pecho descubierto
            y en campo llano, cuando la época no muy distante de la encarnizada guerra
            de la Independencia» (Registro Oficial Nº 26, 20 de junio de 1853).
                    Sin embargo de la diferencia que se observa en las armas, no debe
            creerse que había un límite impermeable entre las fuerzas de línea, las milicias
            cívicas y las guerrillas. Tanto más, si consideramos que el ejército estaba en
            embrión. Así, el primer día de marzo de 1824 Otero aludía a la «montonera
            montada y armada de lanza» que existía en la quebrada de Yanahuanca al
            mando del coronel Mariano Fano, mientras diez días después se dirigía a éste
            en los siguientes términos: «El escuadrón de lanceros cívicos que le ordené a
            Vuestra Señoría levante de las compañías de su regimiento y propuesta que
            hice fue con la calidad de que se mantuviesen por si ínterin no comenzasen a
            hacer un servicio activo, en la aproximación del enemigo. […] El escuadrón
            sólo se debe considerar como un cuerpo cívico arreglado porque yo no tengo
            facultad para más pero si con el tiempo Su Excelencia viese que se adelanta y
            se pone por los esfuerzos de Vuestra Señoría y los oficiales de hacerse acreedor
            a pasar a la clase de tropa de línea no dude Vuestra Señoría que se hará […]».
                    Más allá de sus denominaciones, es evidente que estas fuerzas irre-
            gulares tuvieron cuantiosas bajas, como también lo fueron las irrogadas a los
            realistas. No sería justo cerrar estas líneas sin recordar al menos a algunos de
            sus jefes caídos en acción o ejecutados tras quedar prisioneros. Ya la doctora
            Temple ha señalado los casos del comandante Velasco, el comandante Santia-
            go Castro, el comandante Reyes, el comandante Juan Vicente Suárez, Cholo
            Fuerte, el capitán Faustino Aliaga, el capitán Orrantia y el teniente Molero. En



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