Page 82 - Guerrillas y montoneras durante la Independencia - Vol-1
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Volumen 1
                                                                    Prólogo a la segunda edición
            que quizá se había hecho odiosa a muchos por los excesos de los indios. En
            febrero de 1822, el cura de Laraos Nicolás de la Piedra aseguraba a los indios
            de su doctrina que su situación cambiaría si se mantenían por la causa: «Si
            queréis sostenerla, yo os aseguro, que no volverán jamás sobre vosotros esas
            contribuciones violentas, bajo el nombre de tributos, ni se os mantendrá en
            esa ignorancia tan perniciosa al conocimiento de vuestra dignidad concedida
            por la naturaleza, y de vuestros verdaderos intereses: pero yo no puedo dudar
            de vuestros sentimientos, habiendo sido testigo de los grandes sacrificios que
            os ha costado tan noble empresa». Los instaba a no ver en sus «jefes como en
            el tiempo de la tiranía, unos monstruos que trabajaban en vuestra desgracia:
            sino, unos verdaderos compatriotas» que los amaban y procuraban su feli-
            cidad más que lo que lo hacían ellos mismos. Por contraste, un año después
            el alcalde de Churín, Domingo Grimaldos, se presentaba al Congreso para
            exponer que su pueblo había aportado reclutas, víveres y forrajes para la pa-
            tria, además de tener guerrillas, pese a lo cual el Comandante de Cajatambo a
            través del Teniente Gobernador había dispuesto que se les exigiese el arrenda-
            miento de sus pequeñas parcelas: «Que el exponente se persuade que el Sobe-
            rano Congreso ignora estas resoluciones dictadas, por sola la arbitrariedad de
            los mandarines, porque no es justo que contribuyendo, aquello mismo que en
            otro tiempo se llamaba tributo, se les exija el arrendamiento de las tierras de
            donde mana la contribución».
                    Similarmente, en diciembre de 1823 Torre Tagle dispuso que fuesen
            recogidos en el valle de Cañete y alrededores «todos los desertores y vagos
            armados que con el título de montoneros y sin utilidad alguna del servicio, no
            cesan de causar extorsiones por aquellos pueblos». Atendía al pedido elevado
            por los administradores de las haciendas del valle el mes anterior, en que, en-
            tre otros puntos, habían expresado su temor de que hubiese una sublevación
            de los negros y la partida, lo que causaría «males inevitables»; los avaló el
            gobernador José Chávez, quien añadió que también se quejaban los vecinos
            indígenas. Desde Chalhuanca, en setiembre de 1826 Otero dio instrucciones a
            los comisionados que recogerían ganado y víveres en las doctrinas de Pacha-
            conas, Pampamarca y Mestizas; en uno de los puntos se lee lo siguiente: «Tan-
            to del ganado como de las papas, y maíz dará usted a los pueblos el correspon-
            diente recibo, haciéndoles entender que por esta pequeña erogación que dan
            para la mantención del Ejército Libertador Su Excelencia les ha concedido la





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