Page 706 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Volumen  3
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            cho paso por donde debía dirigirme; éste, lo coronaron de cañones de mucho
            mayor calibre y alcance que los míos; porque, aunque situé en distintos sitios,
            de los que conceptue más convenientes, los dos que traigo, nunca conseguí
            ofenderlos; tenían también bastantes fusiles, cuyo número no puedo asegurar,
            que tirados de alto a bajo me hacían mucho daño y los de mi tropa no alcan-
            zaban. Proyecté arrojarlos a toda costa del referido puesto; pero continuando
            la nieve que nos molestó casi todo el día, y acercándose la noche, determiné
            acampar a su vista en los altos de Yanquepampa. En esta accion tuve los muer-
            tos y heridos que individualza la adjunta noticia, sin poder asegurar los de los
            enemigos; aunque lo conceptuo mayor por haberme dicho don Matías Bau-
            len, Corregidor electo del Cuzco, que sólo en la dirección que siguió por la
            montaña contó ocho cadáveres.— Un religioso del orden de Santo Domingo
            nombrado Fray Ramón Salazar, que viene de capellán de la tropa de Abancay,
            se adelantó de la mía el citado día diez y nueve con el objeto de exortar a estos
            infieles cuanto les interesaba dar la obediencia al Rey y que serían tratados en
            este caso con la mayor clemencia; pero lejos de darle ninguna respuesta cate-
            górica, lo llevaron preso al campo del rebelde, de donde lo enviaron al mío el
            siguiente día con la carta de José Gabriel Tupa Amaro, de que acompaño a
            Vuestra Excelencia copia certificada.— No me quedó duda que el enunciado
            Rebelde proyectó reunir en el campo de mi vista todas sus fuerzas para impe-
            dirme el paso o atacarme en el mío. Las que conducía no las conceptué sufi-
            cientes para vencerle, porque se iba engrosando por instantes y anhelando no
            aventurarme a una acción decisiva, que de perderlas se seguirían inevitables
            funestas consecuencias, despaché órdenes a los comandantes de las columnas
            de mi izquierda Don Juan Manuel Campero y Don Joaquín Valcárcel para que
            viniesen a reunírseme sin pérdida de instantes, al fin de que determinásemos
            el partido que debíamos tomar.— Cuando conceptué que el expresado vil re-
            belde esperase la respuesta de la carta referida, aunque nunca pensé dársela,
            ví, que a las dos de la tarde del día veinte del corriente, se movía todo su, cam-
            po en tres divisiones; y que la primera amenazaba desalojar la guardia que
            tenía apostada en la montaña, situada a la derecha de mi campo en que con-
            sistía toda mi seguridad y defensa, trayendo un cañón para colocarle en ella,
            que conseguido me dominaba por todas partes, y me hubiera puesto en bas-
            tante cuidado; la segunda traía otro cañón con el objeto de batirme de muy
            cerca y la tercera se dirigía a robarme las mulas de montar y de carga que
            pastaban en una especie de cañada contigua a mi campo. Se pusieron en marcha



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