Page 709 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             La rebelión de Túpac Amaru II
            muerte a otro y a cuatro más de bastante cuidado, llevándose cinco fusiles y
            persiguíendo a los demás que huyeron hasta refugiarse en el puesto que ocu-
            paba su jefe; él que, con sus disposiciones y bien dirigido fuego consiguió re-
            chazarlos y que experimentasen crecida pérdida. Continuaron al mismo tiem-
            po su ataque por los demás frentes; aunque con poco empeño, naturalmente
            porque quedaron admirados al hallarme sobre las armas cuando me conside-
            raban dormido. Les correspondí con mi fuego por todas partes con mucha
            viveza, consiguiendo el especialísimo consuelo de que los fusiles salieron
            como deseaba; aunque se reventaron muchos por la boca o por la nieve que
            había caído dentro de los cañones o porque estaban helados hasta la recámara.
            Los enemigos bien escarmentados de su atrevimiento, dejando en el campo
            muchos muertos, empezaron a retirarse a toda prisa. Los que tenían el destino
            de llevarse nuestros bagajes; aunque al principio de la acción habían cortado
            más de ciento, que aceleradamente conducían a su campo los dejaron, a ex-
            cepción de ocho o diez que estaban muy adelantados, al ver que se les acerca-
            ba una partida de caballería que envíe a perseguirlos, y yo volví a levantar mis
            tiendas, encontrando a mis oficiales y soldados llenos de gozo y sin acordarse
            de los trabajos de la mala noche pasada por el triunfo conseguido. Pero volvie-
            ron a tomar cuerpo sus quebrantos y aflicciones al hallarse sin pan, sin ningu-
            na especie de alimento y sin leña ni boñiga de buey para tomar un poco de
            agua caliente. Los animé con la esperanza que me había dado el teniente de
            cura de Pirque de traerme a las ocho de la mañana porción crecida de vacas,
            borregos y leña, pero esto no llegaba. Al dar las diez vinieron a mi tienda el
            Coronel Don Gabriel de Avilés y el Teniente Coronel Don Manuel Villalta a
            representarme que habían desertado mil y seiscientos indios de nuestros auxi-
            liares de Anta y que de las tropas de Abancay y Huamanga faltaban muchos. A
            poco rato, vinieron estos soldados en cuerpo a decirme que, habiéndose debi-
            litado las dos columnas con la deserción de los referidos indios de Anta, que-
            daban expuestos al rigor de los enemigos con otras expresiones nada dudosas
            de que determinaban imitarlos, si no los auxiliaban prontamente con los víve-
            res que necesitaban o mejoraba de campo .en que a los menos hallasen leña.
            Al entender este desacato, jamás oído de las sufridas obedientes tropas espa-
            ñolas, se me propuso hacerlos diezmar para pasarlos por las armas, como jus-
            tamente merecían; pero me detuvo la consideración del crítico lance en que
            me hallaba para no acabarlos de disgustar con un ejemplo nunca visto en estos
            países. Eran ya las doce del día y nuestro anhelado socorro de víveres no llegaba,



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