Page 710 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Volumen  3
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            los soldados casi desmayados estaban inconsolables y los heridos y enfermos
            clamaban por algún alimento. Reflexioné en estas circunstancias que si los
            enemigos volvían a atacarme los hallarían sin resistencia para vencerlos, y que
            de subsistir en aquel campo exponía el crédito de las reales armas y en este
            estado determiné volverme al antiguo de Sullumayo, tan próximo del enemigo
            como el que ocupaba, con la esperanza de que cuando menos hallaría en él,
            boñiga de buey para que calentaran. agua y mandé batir la generala para po-
            nerme en marcha. Al momento que observaron los centinelas de los enemigos
            mis movimientos, se presentaron en multitud sobre su puesto dominante. Yo
            me puse en marcha a las dos de la tarde sin que se hubiesen determinado a
            impedirla porque conceptuaron, en mi opinión, que iba a atacarlos y que mi
            dirección al nuevo campo era fingida. Tenía que atravezar una cañada llena de
            pantanos para subir a los altos de mi nueva situación, a los que había adelan-
            tado sesenta hombres de fusil y algunos indios para que protegiesen mi mar-
            cha, y al llegar a ella divisé la columna del mando del Teniente Coronel Don
            Juan Manuel Campero que venía en consecuencia de mi orden a incorporarse
            con las del Coronel Don Gabriel de Avilés y la del Teniente Coronel Don Ma-
            nuel de Villalta, conduciendo vacas, carneros y bizcochos; y a las cinco de la
            tarde llegó el teniente de cura del pueblo de Pirque con bastante ganado y muy
            poca leña, con lo que cenó la tropa bien y se reforzó, cuanto fué posible, para
            disponerla a las operaciones proyectadas para el día siguiente y venideros.—
            Amaneció el inmediato con un granizo y nieve tan copiosa que me fue preciso
            mudar mucha parte del campo porque nos anegábamos en él. Mandé no obs-
            tante que montasen a caballo cien soldados del regimiento de Allende y que el
            Coronel Don Gabriel de Avilés, los Tenientes Coroneles Don Juan Manuel
            Campero y Don Manuel de Villalta con el Comandante de Artillería y los ca-
            ciques de Chinchero y Anta viniesen a mi tienda para acercarnos a reconocer
            el campo del enemigo, al fin de resolver el plan de atacarle; tomando antes las
            alturas por los indios y colocando la artillería en una montaña que pudiese
            dominarlos para que no nos descolgasen galgas, ni impidiesen con su fuego el
            angosto paso por donde debíamos dirigirnos. Tres horas se mantuvieron a
            caballo las tropas y caciques expresados, sin que cediese ni un instante el rigo-
            roso temporal referido; en las herraduras de los caballos y mulas se formaban
            unas bolas de nieve que los levantaban cuatro dedos del suelo, lo que me dió
            motivo a mandarlos retirar.— Entre seis y siete de la misma noche, me avisa-
            ron los capataces destinados a rodear las mulas y algunos indios de mi campo,



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