Page 106 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
P. 106
Volumen 3
Inicio de la rebelión
en los tránsitos con gente a prest y en calidad de aventurero, en cuyo número
contamos no pocos y el que Vuestra Señoría Ilustrísima y ese público logren
tener esta noticia para que no los maltrate tanto el recelo prudente de que
Tupa Amaro tenga algún triunfo que le acabe de envanecer: No obstante que
concibo yo al resto del reyno por acá abajo en situación de contrarrestarle
hasta el extremo en que lo debemos hacer.— Nuestro Señor guarde a Vuestra
Señoría Ilustrísima muchos años. Lima, 11 de diciembre de 1780.·Ilustrísimo
Señor.— Besa la mano de Vuestra Señoría Ilustrísima su mas atento y apasio-
nado amigo.— José Antonio de Areche.— Ilustrísimo Señor Doctor Don Juan
Manuel Moscoso Obispo del Cuzco.—
(Al margen: Postdata)
Están justamente apuntadas las rentas de los eclesiásticos.
(Al margen: Carta)
Ilustrísimo Señor Visitador General Don José Antonio de Areche.—
Ilustrísimo Señor.— Muy venerado Señor mío. Después de lo que expuse a
Vuestra Señoría Ilustrísima en mi carta de 17 del que corre, sobre lo acaecido
con el rebelde José Tupa Amaro, se me hace preciso instruirle en los sucesos
ulteriores.— Marchó de esta ciudad a unirse en el pueblo de Oropesa de la
Provincia de Quispicanchis un corto número de tropa con otras de aquel te-
rritorio, al comando del infeliz Corregidor Don Fernando Cabrera y dirección
de Don Tiburcio Landa; enderezaron su ruta para el pueblo de Sangarará, si-
tuado en la parte superior de la Provincia. Alli sin guardar las debidas precau-
ciones, que exige la disciplina militar se alojaron nuestros infelices soldados
quienes a la madrugada del día diez y ocho del presente fueron sorprendidos
de la multitud de indios y tropa aliada del rebelde. El valor con que se defen-
dieron los nuestros fue continuo y constante. Ellos pelearon sobre diez horas
sin tregua, hasta que oprimidos de la muchedumbre se acogieron al asilo del
templo de aquel pueblo, que incendiado por los rebeldes, redujo a cenizas a
cuantos perdonó la espada o la piedra. Muy pocos se asegura haber escapado
de esta ruina y ningún español, siendo la principal victima de este horrendo
sacrificio el desgraciado Cabrera. La acción fue imprudente, precipitada y te-
meraria, y nos ha dejado las más fatales resultas: considere Vuestra Señoría
Ilustrísima la consternación de nuestros ánimos. Los más de los vecinos y aún
de los que componían la asamblea de guerra, de donde dimanan las órdenes,
105