Page 750 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen  1
                                                         Las memorias de Juan Bautista Túpac Amaru
            su virtud se me dió la cantidad de cinco meses, y nos mandó aguardar en Al-
            gericas todos los demás socorros para nuestra conducción a América, y se nos
            dijo que no pudiendo ir ningún buque nacional estaba encargado el cónsul
            español para proporcionar uno inglés.
                    Aguardamos el cumplimiento de estas promesas todo el tiempo que
            bastó para persuadirnos que no se verificarían jamás, y que el decreto de las
            Cortes era un acto de fervor que había pasado para dar lugar a antiguos hábi-
            tos y preocupaciones nacionales. Entonces nos quedaba todavía una dificultad
            bien grave en tener que pagar la conducción; su precio, cualquiera que fuese
            debía ser superior a nuestro bolsillo; tuvimos que resolvernos a todo, supli-
            camos a un caballero que nos dió noticia de un buque pronto a partir para
            Buenos Aires; nos recomendase al capitán para que nuestro pasaje fuese a
            un precio soportable; lo concertamos sin ninguna comodidad, sino la que yo
            aguardaba de la compasión que excitaba mi edad, mis trabajos, y mi situación.
                    Nos embarcamos el 3 de julio de 1822, estos días siempre eran funes-
            tos por la alteración que causaban en mi ánimo, y en este fui acometido de un
            mal habitual, que mis desgracias me habían producido; me abandonaban mis
            facultades, y mi sensibilidad tal vez por haberme servido sólo para percibir
            males. Los marineros me hubieran vuelto a tierra si mi compañero no les hu-
            biera asegurado mi pronta sanidad, y lo pasajero de este accidente.
                    El 3 de agosto nos hicimos a la vela para América del Sud dejando
            para siempre a esa España, tan cruel como avara, que se había empapado en
            lagos de sangre americana para cubrir la Europa de torrentes de plata y oro,
            y quédase ella ignorante, pobre y corrompida; a esa España igualmente voraz
            de la humanidad cuando supersticiosa invocaba la religión y el evangelio para
            degollar americanos, que cuando queriendo ser filósofa, y con la igualdad y
            derechos del hombre en sus labios, mandaba ejércitos de tigres a Caracas y
            al Perú. A esa España, finalmente, que en la injusta posesión de este último,
            sustituyendo la ignorancia, el despotismo y la servidumbre a la sabiduría y
            felicidad en que estaba bajo de sus antiguos Incas, ha privado a la humani-
            dad de conocimientos a la ciencia social  y natural ; yo la abandoné, confieso,
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            con el dulce presentimiento de que en la suerte que le preparaban sus vicios
            escarmentarían tal vez los europeos de la ambición de dominar la América, y
            cuya satisfacción siendo inseparable de la injusticia de la usurpación y demás
            defectos que se les asocian, los llevaría al mismo término.
                    Mi situación en la vuelta a América fué a algunos respectos entera-
            mente opuesta a la que tuve cuando mi remisión a España, aunque a otros fué
            igual; tenía 84 años, pero las heridas de mi corazón habían sido profundas y


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