Page 420 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen 1
Estado del Perú
si el Hebreo, por plene iacintis, leyó cauda pavonis, penacho del pavón, pobla-
do de ojos será, por encarecer más las grandezas y piedades del Soberano en
manos de Vuestra Señoría Ilustrísima, para que cada mano parezca el plumaje
de pavón; de quien dijo la gentilidad, que allí se habían pasado a pestañar to-
dos los ojos de Argos.
Vuestra Señoría Ilustrísima, otro que el gran Padre Agustino, tiene
también su benigno corazón en las manos, todo lleno de ojos, porque es todo
beneficio para con su querida Diócesis Peruana, que tiene puesta la mira en
las liberales manos de Vuestra Señoría Ilustrísima; pues miramos, porque es-
peramos; esperamos, porque con mirar pedimos, con mirar como la esclavilla
las manos de su dueño, sicut oculi ancille in manibus Domine sue. 221
¿Y a quién ha mirado benigno Vuestra Señoría Ilustrísima que no haya
experimentado su piedad? Porque sus ojos, por su mayor hermosura, son de
admirable eficacia: mira al caído y lo levanta; mira al bueno y lo ensalza; mira
al enfermo y lo sana; mira al ciego y le da ojos. Así dijeron los antiguos de
su Dios Sol, de quien salían tres rayos: con el uno resucitaba un difunto, con
el otro deshacía una piedra con el otro liquidaba un monte de nieve; y para
decirlo todo de una vez, le echaron este lema: oculi Dei ad nos. Así son los
hermosos ojos de Vuestra Señoría Ilustrísima para con todos, ojos de Sol más
eficaces que el Sol que nos alumbra, lucidiores sunt super solem.
Y sino diga la experiencia en esta reconquista. Estaba la Ciudad (Cuz-
co) caída y postrada con el golpe, con el desdén y furia del Insurgente que
atrevido la combatía. Vuestra Señoría Ilustrísima, corriendo por calles y pla-
zas, fué alentando a los moradores, la esforzó con esta noble acción, y la levan-
tó vigorosa para nunca más caer; ya estaba difunta y la resucitó. Manteníanse
los insurgentes ciegos con su encono ciegos en no querer dar obediencia a
Dios, al Rey y a la Patria, ciegos a los desengaños, ciegos aún en sus propios
estragos, en los cerros y campos. Mirólas Vuestra Señoría Ilustrísima, con sus
Misioneros sagrados, a estas piedras insensibles y las deshizo. Montes de nie-
ve, carámbanos a toda caridad cristiana, enfermos con el frenesí de su engaño,
matando, robando y violando iglesias, se mantenían las provincias sublevadas;
y porque no se quedaron escarchas envejecidas, las miró piadoso Vuestra Se-
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221. Psal. 22-2. [nota del autor]
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