Page 47 - Padres de la Patria
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las capitales la fuerza del gobierno que está próximo a espirar, las capitales por
                  esta  razón deben ser las últimas que quiebren sus cadenas. No conocer esta
                  verdad  es  cegarse  en  medio  de  la  luz  y  trabajar  en  hallar  causas  recónditas
                  cuando por sí están de manifiesto.

                  Si Lisboa en un momento se declaró libre de la España y no derramó sangre en
                  tal  empresa,  fue  porque  la    obra  meditada  por  la  sabiduría  y  la  paciencia  por
                  muchos años, dio ese resultado, debido a la prudencia y medidas que tomaron
                  los grandes de aquel reino, y que las circunstancias favorecieron. Ejemplo único
                  en  la  historia  y  que  difícilmente  se  repetirá,  porque  difícilmente  se  combinan
                  tantas cosas que  den un resultado tan feliz. Pero ¿cuándo  en Lima siquiera en
                  bosquejo ha aparecido la libertad, cual ha sido su conducta?

                  El día que Pezuela hizo una falsa alarma, suponiendo desembarcaban ya  en el
                  Callao  las  tropas  de  la  patria,  cruzaban  las  calles  oficiales  y  soldados,  que
                  corrían  a  pié  y  a  caballo  en  todas  direcciones,  se  oía  un  lento  susurro  del
                  desembarco,  se  atropellaban  a  ocupar  cada  cuerpo  el  sitio  que  le  pertenecía
                  para  la  reunión.  Los  que  de  ellos  lo  habían  creído  llevaban  pintado  en  su
                  semblante el terror y el espanto, y todos se preguntaban azorados ¿será cierto?
                  ¿Vendrán hasta aquí? ¿llegarán a entrar? Así los traía, aterrados y sin tino el
                  tambor  de  llamada.  Esos  valientes  retadores,  que  trataban  continuamente  de
                  insurgentes y cobardes a los limeños, andaban pálidos y sin saber la dirección
                  que debían tomar. Entre tanto, el pueblo lleno de seguridad y confianza no hizo
                  variación alguna. Espero tranquilo el resultado de la alarma, sin que el artesano
                  dejase su taller, el literato su estudio, el comerciante su asiento, ni los que iban
                  por las calles dejasen de continuar su camino. Prontos si a levantar el grito de
                  libertad se comprometían en secreto y reprimían el fuego que los devoraba. Si
                  en  esa  ocasión  hubiesen  manifestado  alguna  centella  de  él,  habrían  logrado
                  nuestros enemigos su intento y habrían cebado en un pueblo inerme la furia y
                  odio  con  que  lo  miraban,  y  para  cuyo  exterminio  maquinaron  tan  detestable
                  ardid.  Sólo  se  trataba,  sólo  se  buscaba  como encontrar criminales  y  por unas
                  ilaciones de la más mala lógica, ponían  en práctica sus perversos planes. Si la
                  menor vislumbre de sospecha exponía a los hombres a las prisiones, infamia y
                  ruina de sus familias, cuyos ejemplos podrían referirse ¿cómo podía acometerse
                  a un gobierno por los inermes?

                  Las vejaciones eran la obra de la opresión y violencia en que vivían los limeños;
                  violencia y opresión que si no les dejaban arbitrios para poner en práctica sus
                  deseos,  y  para  desenvolver  toda  la  energía  que  les  daba  su  opinión,  jamás
                  pudieron extinguirla ni aniquilarla. Sólo suspiraban por el instante oportuno para
                  poner  en  ejercicio  esa  actividad  y  fuerza  elástica,  que,  comprimidas  por  el
                  despotismo,  se  concentraban  tanto  más  cuanto  era  más  poderoso  el  opresor.
                  Así  en la entrada de la patria manifestó el pueblo su júbilo y fue tan general que
                  no  hay  pluma  que  pueda  encarecerlo;  fue  la  expresión  del  placer  por    tanto
                  tiempo  reprimido.  Dueños  ya    todos  de  sus  derechos  y  libres  de  esa    misma
                  fuerza  que  antes  los  había  tenido  en  opresión,  lejos  de  temer  el  regreso  del
                  ejército,  deseaban  batirse  y  sostener  los  derechos  que  ya  poseían.  Todos
                  manifestaban  que  su  decisión,  su  patriotismo,  su  energía,  habían  sido  sólo
                  comprimidas  por  la  violencia,  pero  nunca  extinguidas;  y  que  si  Lima  por  el
                  antiguo gobierno había sido el Etna en que Vulcano forjaba sus rayos, también



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