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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             La rebelión de Túpac Amaru II
            suelo y ensangrentaron, que el rebelde me cometió la composición de los fusi-
            les, que distante de componerlos los descomponía, de modo que a pocos días
            se hacían inútiles, que cargaba las escopetas con lana y tierra, y las más veces
            ponía en ella primero la bala que la pólvora, por lo que los tiros eran perdidos;
            que reconocido este fraude por el rebelde se irritó tanto, que resolvió hacerme
            morir. Que esta /.13v fatalidad acaeció varias veces. Que yo traté de quitar del
            medio al rebelde, pero no tuvo efecto mi empresa porque rehusó entrar en mi
            cuarto, donde le tenía preparada la acechanza. Que acompañé al rebelde en su
            expedición a esta ciudad, encargado del gobierno de la artillería, pero que ex-
            pedía los tiros al aire. Que de Piecho partí fugitivo a esta ciudad, trayendo un
            cañón del enemigo. Que este tirano mandó a sus indios de regreso de Piccho
            me destruyesen la hacienda de Quipococha y prehendiesen a mi mujer e hijo,
            lo que no tuvo efecto por haberse huído.
                    Esta es toda la suma de las declaraciones. De ellas lejos de algún cargo
            o culpa, la más leve resulta el mérito positivo de mi esclarecida fidelidad al Rey
            Nuestro Señor.
                    Yo no me introduje voluntariamente a la casa y compañía de Tupa
            Amaro. Yo fui a ella de muy buena fe y con el único designio de ver al Corre-
            gidor, que se me dijo estaba en ella, a tratar sobre mis negocios particulares
            y de improviso fui aporreado en un calabozo y sentenciado a muerte por el
            rebelde. ¿Qué culpa puede haber en esto?
                    El tirano me encomendó la composición de las armas. Yo lo acepté,
            porque no me quitara la vida. Pero que. ¿Y o acaso las compuse? En vez de
            habilitarlas, las eché a perder, de tal modo que se inutilizaron. ¿Esto fue acaso
            servir al rebelde y auxiliar le para su empresa? Distante de ser servicio al ti-
            rano, fue un oficio debido y correspondiente al deber de un fiel vasallo de Su
            Majestad. Un merecimiento no cualquiera, sino el más recomendable y digno
            de alabanza, pues no sólo privé al enemigo del poderoso auxilio de las armas,
            inutilizando las que, eran regulares y aptas, sino consagrado mi vida, expuesta
            a ser víctima del furor del tirano, conocido que fuese el dolo, en obsequio de
            Su Majestad.
                    Yo solía cargar las escopetas y fusiles. ¿Pero cómo? ¿O de qué? con lana
            y con tierra y cuando más no podía, con la hala baja y la pólvora encima, de
            que provenían unos tiros perdidos. ¿Y ésto fue servir el rebelde? No fue sino
            servir con la mayor lealtad y fineza al Rey Nuestro Señor y aventurar mi vida
            por su amor.



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