Page 676 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Volumen  3
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            como caudillo de los prófugos y que teniendo de antemano prevenidas mulas para
            parte de su bagaje, me pidió con simulación mi caballo para su partida, dejándo-
            me desaviado para intentar la mía con mi hermano y otros, que resolvieron se-
            guirnos viendo la provincia acéfala, desguarnecidos los pueblos y todo en una
            inversión lastimosa, mas digna de inspeccionarse con lágrimas, que de referirse
            con voces. Don Miguel Martínez, Cura de Santa Rosa, libertó algunos prisioneros
            que le traían sus comisarios al rebelde y persuadió a muchos indios que volunta-
            rios venían a prestarle la obediencia, que regresasen a sus pueblos, por lo que in-
            dignado le escribió carta llena de conminaciones mandándole que le restituyese
            los presos o que sería víctima de sus iras, por lo que el dicho Cura procuró salvar
            su vida en Arequipa. Cuando el rebelde internó segunda vez a Lampa, expidió
            órdenes circulares, continentes por punto general que se matasen indistintamente
            a todos los españoles y cuantos tuviesen camisa. Sin embargo de tan cruel edicto,
            el Cura Coadjutor de Samán, Don José Travitazo, reconociendo unos emisarios
            suyos que iban alistar las gentes y se acercaban a oir misa, les mandó con notoria
            intrepidez, que saliesen de la iglesia y de su pueblo, porque no celebraría a presen-
            cia de excomulgados y despreciando éstos con denuedo aquel orden, se mantuvie-
            ron en la iglesia hasta que el Cura les hizo salir a palos y los expelió de su pueblo.
            Es inconclusa la aserción de que todos los curas y ayudantes se han esforzado con
            el mayor honor a mantener los sagrados de la religión y los imprescriptibles dere-
            chos de nuestro soberano, practicando y exhortando a la lealtad y ofreciendo sus
            facultades. Habiendo llegado a Arequipa, partió el Corregidor de Lampa para
            Lima, sin duda por considerarse mas seguro en aquel asilo; pero los de Puno, Ca-
            rabaya y Azángaro, pidieron a aquella Junta de Guerra auxilio para regresar al
            Collado y manteniendo el respeto del Rey, impedir la devastación de las provin-
            cias, lo que no se les concedió. Mi hermano Don José y yo, hicimos la misma ins-
            tancia, ofreciendo mantener a nuestra costa su destacamento de voluntarios, que
            quería seguirnos para revocarnos a Lampa al opósito del rebelde y también se nos
            negó; repetimos representación al Corregidor en compañía de los de Azángaro,
            Carabaya y Don Francisco Dávila, pidiendo doscientos y sesenta milicianos y cua-
            renta soldados de tropa arreglada con su oficial, haciendonos cargo de costear esta
            tropa, con toda la que se nos uniese de voluntarios por cuarenta días, que se me-
            ditaban emplear en la expedición: Sobre esto se proveyó consultar al Excelentísi-
            mo Señor Virrey con lo que se entorpeció el asunto, quedándose sin efecto. No son
            necesarias superiores luces para esclarecer en las lamentables consecuencias del
            adormecimiento de aquel Corregidor de Arequipa y el de Lampa; porque dejando



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