Page 675 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
La rebelión de Túpac Amaru II
Queque, y auxilio del Cura de Santa Rosa; y además de esto almacenó cantidad de
víveres en subsidio de la expedición.— Don Andrés Quispe Cabana, Cacique del
Pueblo de Cabanilla, se presentó en el pueblo de Lampa, ofreciendo a su Corregi-
dor setecientos indios de honda y Don Bernardo Licacagua, Cacique del dicho
Umachiri, ochocientos, ambos con el empeño de que auxiliándoseles con algunos
españoles y armas de fuego; pasarían a combatir al rebelde en su mismo pueblo de
Tungasuca, resolución tan acertada que tal vez corta la irrupción en su oriente,
porque allanándose todavía sin las fuerzas que le ha dado la posterior conquista de
provincias o el terror que ha incurrido en los indios, pudo haberse rendido al pri-
mer golpe. Don Diego Chuquiguanca y su hijo Don José, se decía, que aprontado
dos mil indios. De suerte que la gente reclutada en aquelas provincias y congrega-
da en la de Lampa, sin contar indios (de quienes desconfiaba el corregidor) ascen-
día al número de mil ochocientos hombres, con ochocientas bocas de fuego, más
o menos, y el resto con rejones. Una alarma falsa que nos tocaron una noche, re-
alzó la lealtad y constancia de aquella tropa, porque enardecidos en celo los solda-
dos, concurrieron todos a la plaza, sin echarse menos uno solo, disputándose la
intrepidez y el arrojo trascendental a las mujeres que también hicieron su deber
hasta que examinada la materia, se reconoció el engaño. En primera Junta de Gue-
rra, se resolvió fortificar el pueblo de Lampa, para que unidas las fuerzas se resis-
tiese al enemigo que se esperaba por horas. Recibiendo todas las noticias por los
curas que los vigilaban en adquirirlas y comunicarlas, tuvimos la de que el rebelde
penetraba a aquellos dominios del Collado: Con esta hizo nueva Junta de Guerra
el corregidor de Lampa, a la que no fuimos citados, ni mi hermano ni yo, quizá
porque no contaba con nuestros votos sobre la fuga a vista de los incitativos de
defensa con que lo alentabamos. De ella resulta que nos mandasen retirar, con
poco honor de nuestras personas y desaire de las armas del Rey, que pudiera toda-
vía haberse hecho, respetables en mano mas rigurosa, que la de aquel jefe de pro-
vincia, cuya jurisdicción territorial nos puso en la dura necesidad de obedecer,
sabiendo que en la guerra son ineluctables los órdenes del superior.— El impulso
que dió mérito a esta retirada no se pudo penetrar a fondo, pero se hace percepti-
ble haber sido o una total flaqueza del alma paliada de una aparente desconfianza
de aquellas gentes, por ningún motivo indicada o de una impericia: militar. De
esta que resultaba la pérdida de nuestros bienes, que no habiendo tiempo para
recogerlos quedaron a discreción de las tropas enemigas, que obrando siempre
hostilmente devastaron las haciendas y los pueblos indefensos, y en la necesidad
de salvar la vida. partimos para Arequipa, adelantándose el dicho Corregidor Oré,
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