Page 388 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen  1
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                    Aquel soberano monarca, espejo de príncipes, Boleslao IV, Rey de Po-
            lonia, traía al cuello, en vez de toisón, en una medalla de oro la imagen de su
            padre, y mirándola en cualquiera resolución decía: «No quiera Dios, glorioso
            padre mío, que yo cobre cosa ajenas de vuestro grande nombre».
                    Así traía Vuestra Señoría Ilustrísima no en el pecho, no en lámina de
            oro, sino en el seno más soberano y pensamientos, retratada vivamente la
            imagen del Señor Don Carlos III; y en cuantas resoluciones que se ofrecían,
            otro que la Majestad de Boleslao, repetía para no discrepar en un ápice de lo
            que no fuese de su real agrado y servicio, y sino pregunto: ¿A qué expedición,
            por más repentina que fuese, no concurrió Vuestra Señoría Ilustrísima con
            sus sacerdotes, confiriéndoles a estos señores, como a Capellanes Reales, todas
            sus facultades episcopales, para que hechos medianeros diesen auxilio a los
            nuestros y a los rebeldes? Qué plegarias y rogativas públicas no se han hecho
            de parte de la Iglesia, tantas cuantas veces salían estas columnas?  ¿Acaso las
                                                                          128
            sagradas Religiones se desdeñaron, por ser claustrales, en cooperar a las in-
            cesantes oraciones, fatigas, desvelos, cuidados, lágrimas, desconsuelos y otros
            tormentos, que Vuestra Señoría Ilustrísima padecía en su tierno corazón?
                    Todos, a una, compañaban a Vuestra Señoría Ilustrísima, hasta tri-
            butar perlas por sus transparentes cristales, por ser ellos también interesados
            en el espiritual bien de estos infelices rebelados por la conquista que hicieron
            en el descubrimiento de este dilatado Imperio. Bien pudieran los reverendos
            Padres haber cogido diferente giro para la conquista, por motivos excepcio-
            nales y privilegios pontificios que obtienen; pero en esta ocasión no podían ni
            pudieron usar de sus libertades e inmunidades; porque como tan religiosos y
            muy obedientes a la Suprema Nave de San Pedro, viendo que Vuestra Seño-
            ría Ilustrísima, como Sub-Delegado de la Santa Sede Apostólica (según tiene
            definido y decidido el Santo Concilio de Trento en varias sesiones) levantó la
            mano con tal poder, no sólo papal sino aún regio, se obligaron amorosos por
            ceder en servicio de ambas Magestades, a pasar a la reconquista en concur-
            so de los curas y otros eclesiásticos, y emplearse de pastores vigilantes en las
            respectivas Doctrinas desamparadas.  Así atestigua aquella sabia carta, que
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            Vuestra Señoría Ilustrísima le escribió, en respuesta, al Ilustrísimo Señor Don
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            128. Era una confusión cuando salían las expediciones. Lloraban mucho a tiempo de despedirse de sus mujeres, amigos, hijos, etc. A
            este tiempo la Catedral y todos los conventos tocaban rogativas. Casi en todas las noches en los conventos había rogativas y disciplinas.
            [nota del autor]
            129. Los Curas propios y Coadjutores, asignados a las Doctrinas, pasaban a cualquier convento, y los reverendos Padres Prelados
            daban religiosos para sus compañeros, y con éstos pasaban a la conquista. [nota del autor]

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