Page 90 - Padres de la Patria
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Perú; él se ha constituido federalmente; y marcha, aunque sufriendo algunas
oscilaciones causadas por el partido unitario. No son, pues, éstas las
consideraciones que deban alejarnos por ahora del federalismo
Las circunstancias políticas: aquí es donde yo encuentro la dificultad insuperable
y que me ha obligado a variar mi dictamen, formado cuando alejado de mi patria
no podía examinar de cerca y con claridad todas sus relaciones. Yo pensaba
que desde los primeros momentos en que saliésemos de la tutela militar
extranjera, podíamos dar a los pueblos cuanta parte es posible prestarles en su
administración; que proclamando la soberanía e independencia de los
departamentos en lo relativo a su gobierno interior, los haríamos árbitros de su
prosperidad y ahogaríamos en su cuna los celos y rivalidades provinciales o,
más bien, les daríamos una dirección hacia el bien general. Empero no es
posible en el día dar un paso tan avanzado y es fuerza marchar paulatinamente
en el tránsito de la esclavitud a la libertad. El máximo de nuestros bienes
sociales, el primero que tienen los peruanos actualmente en su corazón, es el de
la independencia de todo poder extranjero, el de constituirse según los principios
sancionados por las principales Repúblicas de América, sin que se les ofrezcan
por una mano armada modelos tomados de Haití. Este bien, esta seguridad
pública, esa independencia, es preciso ser ciego para no verla amagada y sin
duda perdida, desde que con la proclamación de la independencia de los
departamentos se pusiesen en movimiento más activo las pasiones demasiado
agitadas en el día. Puede decirse que para organizar el Estado en federación,
sería preciso desorganizarlo antes, como en efecto se desorganizaría con una
transición tan intempestiva. Y en tales circunstancias, ¡adiós libertades! Un
vecino astuto, cuya existencia es muy precaria triunfando en el Perú el imperio
de la razón, sabría aprovechar los momentos, atizar la discordia, dar impulso a
los elementos que por desgracia abundan en nuestro seno; él se apoderaría otra
vez del Perú a pretexto de sofocar la anarquía, etc., etc.
Cuando nada de esto pudiera temerse, nosotros estamos obligados a
mantenernos en una aptitud militar imponente, que sería inasequible tan luego
como pendiese de los contingentes de Estados por confederarse. Mientras se
reunieran las legislaturas particulares, mientras éstas eligieran sus
correspondientes ejecutivos; en el fermento de elecciones y partidos, con jefes
provisorios que carecieran de responsabilidad y energía, no habría poder
humano que les arrancase un hombre ni un peso para el Ejército nacional. Si
aún practicada la federación y anulados los lazos, se experimentan en este
particular mil dificultades, como lo ha hecho ver Norteamérica, ¿qué sería en los
momentos de tratar cómo se habían de anudar los vínculos disueltos?
Washington, maestro en el particular, todos saben cómo se explica acerca de
este punto en la carta a sus conciudadanos: «Las empresas –dice– que tan
frecuentemente se vieron frustradas, son efecto más bien de la falta de energía
en el gobierno continental, que de los medios con que pudieron concurrir los
Estados confederados; la ineficacia de las medidas resultaba de la falta de
autoridad en el poder supremo, de las condescendencias parciales en algunos
Estados, y del defecto de mutualidad en otros... Estas faltas las expongo como
otros tantos defectos en nuestra Constitución federal”. No sé si algún
preopinante ha recordado la doctrina de Destut-Tracy, que en política puede
pasar por un axioma: “Un Estado gana en fuerza juntándose a otros, pero aún
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