Page 89 - Padres de la Patria
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monárquico y ningún súbdito de ese imperio teme sean arrollados sus derechos
                  políticos  y  civiles,  ninguno  cree  levantada  sobre  sí  la  impura  vara  del
                  despotismo. Nosotros ocupamos mejor posición: no conocemos la aristocracia;
                  estamos distantes de erigir un trono desde donde dirija las riendas del Estado un
                  hombre divinizado, cuya persona se considere fuera de la responsabilidad de la
                  ley. Un Cuerpo Legislativo, guardián de las leyes protectoras de los ciudadanos;
                  un Ejecutivo limitado a cierto período, responsable de todas sus operaciones; un
                  Judicial, exacto en la aplicación de las leyes a los casos particulares, parece que
                  ponen las libertades a cubierto de los alcances del despotismo. Sobre esto, creo
                  no deber demorarme y que la opinión de los Representantes es uniforme.

                  La cuestión precisamente debe ceñirse a indagar ¿cuál de las dos formas, si la
                  unitaria  consolidada  o  la  federal,  es  la  que  más  conviene  por  ahora  al  Perú?
                  ¿Bajo cuál de estas formas podrá constituirse nuestra sociedad sin riesgo de la
                  seguridad pública y del reposo interno? O lo que es lo mismo, ¿cuál de las dos
                  formas  nos  producirá  algunos  bienes,  evitando  mil  males  de  que  estamos
                  amagados?  Dejemos a un lado el cuadro brillante de Norteamérica, donde casi
                  vemos realizado el bello ideal de la ciencia política; fijemos la vista en nuestra
                  casa,  cuyos  elementos  tenemos  de  combinar  para  organizarla.  Estudiando
                  nuestras circunstancias físicas, morales y políticas, se hallará la solución de la
                  pregunta. El Perú, nombre poético que excita la idea de un suelo de oro y plata;
                  el Perú, cuyo gobierno en otro tiempo se extendía desde el Istmo a la Tierra del
                  Fuego, ha quedado por las desmembraciones hechas de poco más de un siglo a
                  esta parte, reducido a una extensión de 300 leguas de largo sobre 126 de ancho,
                  de 20 al grado, es decir, a cosa de 42,000 leguas cuadradas, según el cálculo de
                  Humboldt, ya se ve que sin contar con el inmenso territorio al este de los Andes,
                  hasta los límites con el Imperio del Brasil. Su población, según el censo que nos
                  rige,  es  apenas    de  29  habitantes  por  legua  cuadrada;  es  decir,  que  en  un
                  espacio muy inferior al de otras secciones de América presenta una población
                  sumamente  escasa  y  de  consiguiente  sin  mayor  industria,  siendo  correlativas
                  ésta con aquella.  ¿Y en tal situación, podrá constituirse federalmente? Yo no
                  encuentro dificultad por esta parte; creo que así, con pequeña población, podrían
                  formase  siete  Estados  de  otros  tantos  departamentos;  de  los  cuales  el  que
                  menos  tendría  140,000  almas,  y  que  la  industria,  hoy  nula,  se  fomentaría  y
                  progresaría si no más, lo mismo que en el régimen de ciudad. Luego bajo de
                  este aspecto no es desechable el federalismo.

                  Las  circunstancias  morales  de  que  se  han  hecho  cargo  algunos  señores
                  Diputados tampoco son de gran fuerza en mi sentir, por más que ellas pesen en
                  la balanza de un legislador. Falta de luces, de costumbres, de hombres para un
                  sistema  tan  complicado.  Cierto  que  adolecemos  de  estas  faltas;  francamente
                  debemos confesar nuestra ignorancia en la ciencia de gobierno y ramos de la
                  administración;  nuestras  malas  habitudes  que  con  el  ser  nos  trasmitieron
                  nuestros  padres;  las  preocupaciones  que  nos  abruman;  el  defecto  de  espíritu
                  público; etc.  Empero, iguales argumentos nos hacían los españoles cuando los
                  americanos emprendimos la sublime obra de emanciparnos. Estáis verdes, nos
                  decían, sois niños resabiados; creced, formaos y llegará vuestra época. A pesar
                  de  todo  hemos  conquistado  la  independencia;  el  buen  éxito  de  esta  empresa
                  debería animarnos para aquella; poco a poco podremos despojarnos del hombre
                  viejo, vistiéndonos del nuevo. México no tenía más luces ni más virtudes que el



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