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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             Vida y obra de Toribio Rodríguez de Mendoza
            lo que no es su pureza é integridad, y lloran conmigo los errores, superflui-
            dades y supersticiones, que se han multiplicado entre los fieles hasta lo sumo.
            Respeto á aquellos, y me sujeto á su juicio y corrección. Otros hay crédulos, y
            de estos unos lo son por política, y por otras miras temporales; y los restantes
            son fieles sinceros, pero débiles, escrupulosos, y de poca ó ninguna instruc-
            ción. De estas dos clases, los primeros viven en una inteligencia muy errada,
            persuadidos de que el pueblo es incapaz, y aun indigno de conocer la verdad, y
            por eso creen firmemente, que es no solo conveniente, sino también necesario
            dexar á los sencillos e ignorantes en todas aquellas falsas ideas y supersticio-
            nes que han recibido como verdades religiosas; porque desengañarlos, dicen,
            seria derribar tal vez lo sólido por votar lo frívolo. Pero estos hombres, es
            forzoso decirlo, no conocen bien nuestra santa religión, cuya mayor gloria es
            exponerse á toda prueba de examen, y cuya verdad no se perderá, al contrario
            se manifestará mas lucida, y será entonces mas adorada y mejor obedecida.
            Semejantes hombres la profesan mas por preocupaciones de la infancia, que
            por un íntimo y esclarecido convencimiento: jamas se han detenido en el es-
            tudio de los títulos primitivos y pruebas de nuestra fé, y de la excelencia de
            la moral cristiana. Así por una ignorancia culpable se mantienen firmes en el
            pernicioso pensamiento de que todos los tiempos son semejantes é iguales, y
            que los cristianos de hoy son como los de los primeros siglos. A estos declaro
            la guerra, y sus censuras no me intimidan.
                    Los cristianos del segundo género, á quienes contemplo como á párvu-
            los, y muy dignos de ser instruidos en la doctrina que Jesucristo quiso supié-
            semos todos, son los sinceros, pero débiles, ignorantes y escrupulosos. Estos
            respetan aun las sombras y fantasmas de la religión: admiten y veneran todo
            lo que presenta especie de piedad, porque no pueden distinguir lo verdadero,
            falso y supersticioso: por mas que crean quanto oyen y ven escrito, nunca pien-
            san que creen lo bastante, y así por falta de discernimiento se hacen depositarios
            de toda clase de supersticiones; pero los que por su estado, aptitudes, y algunas
            luces debían desengañarlos, no se atreven á hacerlo por esta falsa piedad.
                    Pero si en alguna materia debe haber afan, y particular esmero en la
            instrucción del pueblo, es en orden al culto de los santos, por perniciosos efec-
            tos que se han seguido y siguen, nada menos que en el poco cuidado en cum-
            plir con los preceptos de la ley, creyendo que esta estriba como en su propio fun-
            damento en la exterior práctica de las devociones. ¿Por qué siendo estas en tan
            crecido y casi infinito número, son tan pocos los santos en estos útimos siglos,



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