Page 92 - Vida y Obra de José Baquijano y Carrillo - Vol-1
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Volumen  1
                                   Aprobación de Baquíjano al «sermón predicado el día de la Santísima Trinidad»
            combate con las poderosas armas de aquella persuasiva elocuencia que por el
            órgano del Cipriano, Agustín y Crisóstomo logró confundir a la incredulidad,
            consternar la herejía y subyugar a el mundo idólatra, erigiendo sobre sus ceni-
            zas el venerable, y magnífico edificio de nuestra religión. Pues fiel discípulo de
            esos grandes modelos, vemos que observa en la obra la claridad, el adorno, y la
            convicción  que son las reglas que por necesarias nos han transmitido en sus es-
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            critos para ayudarla en sus reñidas conquistas, y aumentar sus gloriosos trofeos.
                    Como el hombre no habla sino para ser entendido, ni las palabras se
            pronuncian sino para descubrir los interiores sentimientos del espíritu: todo
            discurso que por su obscuridad no se acerca a este fin, se extravía y aparta de
            su único destino. Es el vicio más inexcusable en la instrucción; él descubre una
            seca esterilidad de ideas, o una ridicula afectación de mostrarse delicado mis-
            terioso y sublime. Pueril vanidad, que por la unión confusa de períodos, y la
            enredada trabazón de expresiones, sólo consigue fatigar la imaginación y ator-
            mentarla, sin llegar jamás a esclarecerla. Pero vanidad criminal y execrable en
            el orador cristiano, que desnudándose de todo amor propio debe esparcir en
            la enseñanza la más clara luz, haciendo perceptibles las nociones profundas y
            principios abstractos de la religión, y sus misterios, no porque él pueda disipar
            las respetables tinieblas que no han de penetrarse por los débiles mortales,
            pues cercan y rodean el santuario del Altísimo. Sin ellas la fe se desnudaría
            de su mérito, y no proporcionara a la criatura el sacrificio de su altiva y orgu-
            llosa razón. Pero, como la columna milagrosa que guía a Israel en el desierto,
            presenta por un lado brillantez y por otro obscuridad: ambos deben descu-
            brirse a los fieles para afianzarles que su creencia no es obra ciega y necia de
            la mentira la seducción y el error. Sobra con persuadirles que los dogmas no
            contienen ningún absurdo de los que entran en el principio de contradicción:
            única y esencial regla de lo que es verdaderamente imposible, como lo llama el
            célebre Leibnitz. En la Trinidad ¿quién explicará jamás la fecundidad de aquel
            ser supremo que, sin perder de su plenitud, produce eternamente de su seno
            a el igual a él, y con ese igual a el igual a ambos, esa sustancia inmensa y po-
            derosa, atributos comunes a cada persona, sin división límites ni desigualdad

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            2.  San Agustín Libro 4° de Doctrina Christiana. Cicerón dice lo mismo en su Opúsculo de Opti-
            mo genere Oratorum: Optimas est Orator, qui dicendo ánimos audientium & docet, & delectat,
            & promovet. Docere debitum est, delectare honorarium, permovere necessarium. Se duda que
            este Opúsculo sea de Cicerón. El padre Peree se apoyaba mucho por este sentir en que en él se
            encuentre la palabra honorarium [Nota del autor].


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