Page 486 - Vida y Obra de José Baquijano y Carrillo - Vol-1
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Volumen 1
Dictamen de José Baquíjano sobre la revolución hispanoamericana
querer, no habrá que extrañar que en lugar del mejor bien se hayan subrogado
males de la mayor gravedad y de las más tristes y perjudiciales consecuencias.
De la combinación de ello resultó que se recibieran en América a un
mismo tiempo las acumuladas noticias de la abdicación del rey padre, de la
exaltación al trono de su majestad, de las violentas renuncias de Bayona, de la
constitución firmada en aquella ciudad, y de la lugartenencia de Murat; acom-
pañándola cartas de los desgraciados Azanza y O’Farril, y orden del consejo
para obedecerle y sujetarse al plan trazado por la perfidia del execrable Corso.
El virrey del Perú pasó esos documentos al acuerdo de oidores; yo era
uno de los magistrados, y leído todo, sin la demora de un solo momento, se
resolvió por uniforme aclamación jurar con la posible presteza, por legítimo
verdadero soberano de España e Indias al señor don Fernando VII, conser-
vándose sin la menor alteración las atribuciones de las autoridades y el régi-
men establecido de gobierno.
Por ser el más moderno de los ministros que concurrieron a ese acuer-
do, fue de mi obligación extender lo determinado, esforzando las indudables
razones en que estribaba lo resuelto; y ejerciendo al mismo tiempo las judi-
caturas de comercio y minería (ramos los más importantes y aun puede de-
cirse los exclusivos o únicos del Perú), fui encargado de comunicarlos a esos
tribunales, y de hacerlo circular por la impresión a las demás provincias del
virreinato; así se ejecutó puntualmente; en todas se juró con la mayor pompa
y solemnidad a nuestro deseado monarca, y desde aquel venturoso día no ha
variado un punto la constante inalterable lealtad de los peruanos; pues las dos
o tres causas que se han formado posteriormente con el título de conspiración,
es demostrado ser figuradas y supuestas, por el mismo hecho de que, apu-
radas las más severas indagaciones se han puesto en libertad y sin el menor
gravamen los pocos infelices que se decían complicados en su organización;
consiguiendo la misma soltura los que por exceso de precaución se remitieron
a la península.
Con la misma presura, aplauso y regocijo reconocieron todos los de-
más pueblos de ambas Américas a su verdadero soberano; Venezuela, Buenos
Aires, Chile, Santa Fe, exaltaron esos sentimientos al último grado del entu-
siasmo; sólo en México hubo una perjudicial demora que es preciso esclare-
cer, pues ella ha sido sin disputa el funesto origen de los siguientes males, y la
prueba más decisiva de la inmutable lealtad de los americanos.
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