Page 564 - La Rebelión de Túpac Amaru II - 4
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Volumen  4
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            sus deberes, renovando la primordial disciplina de los cánones en aquella parte
            posible, y que permita el espacio de seis meses de la mas helada estacion, y que
            insumí en estos cuidados, para que los oprimidos territorios respirasen de las
            fatigas que padecian por los corregidores.
                    Con este conato segui hasta mi capital, que no bien pisé, cuando co-
            menzó el rumor de sedicion que maquinaron los primeros fanáticos, Lorenzo
            Farfan, y sus compañeros Ascencio Vera, Diego Aguilar, Ildefonso Castillo, José
            Gomez, Bernardo Tambohuaso y Eugenio Riva comenzaron á delirar á princi-
            pios del año de 80: tuvieron conmovido el vecindario, y con él todo el obispado,
            que tal vez estuvo en espectacion, hasta ver los efectos que causaba en la ciudad
            el movimiento. Por un raro accidente se descubrió la conspiracion, se cortó el
            cancer, y los reos sufrieron el último suplicio.
                    No sé si el calor de este fuego se comunicó á todas las provincias vecinas,
            ó si la llamarada voló á solo la provincia de Tinta, por hallar en el perfido José
            Gabriel Tupac-Amaro mejor combustible: lo cierto es, que se aprovechó este re-
            belde de las centellas que esparció aquel incendio en los ánimos mal dispuestos,
            como el que meses antes abrasó la provincia de Chayanta en Charcas contra su
            corregidor D. Joaquin de Alas; y desabrochando Tupac-Amaro la idea, que has-
            ta entonces solo tuvo en pensamientos muchos años, dió principio á su rebelion
            el 4 de Noviembre del propio año, arrestando á su corregidor, D. Antonio de
            Arriaga, y dándole muerte de horca por haber hostilizado mas que otros aquella
            provincia, y haber apercibido recientemente al traidor sobre la satisfaccion del
            reparto, tributos, y cierta deuda que contrajo en Lima, que no haciéndolo en el
            término de ocho días, pasaría a ahorcarlo.
                    Las circunstancias de que se revistió este suceso convencen el despecho
            con que deliberó el insurgente su designio, y que no fué obra del dia el proyecto,
            sino muy pensada y digerida: son muchas para que discurramos por todas. El
            convocó la provincia á nombre del mismo corregidor, haciéndole firmar cartas
            citatorias para que se congregasen en su residencia de Tungasuca, pretestando
            el servicio del Rey. El difirió el suplicio por espacio de seis dias, y haciendo os-
            tentacion de la notoriedad de su atentado, dió publico testimonio de un hecho
            casi sin cotejo en las historias.
                    Los vecinos del Cuzco, inflamados con tan horrorosa catástrofe, resol-
            vieron salir á castigar al insolente. No sé si los dirigió el amor al Rey ó al estado:
            y así los que se sintieron más penetrados de estos motivos, aceleraron la em-
            presa con la corta prevencion de pocas armas, y recluta de hombres inexpertos,



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