Page 22 - Rumbo al Bicentenario Nº2
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juveniles profesores en la Universidad Popular González Prada hecha para obreros anarcosindicalistas,
una suerte de educación superior por las noches al proletariado limeño. En ella daban clases José
Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre. La separación de ambos, por razones de concepciones
diferentes en la idea del partido “de la revolución”, vino después. No será la única vez en la cual los
revolucionarios se separan porque tienen concepciones distintas de lo que será el partido y el Estado,
después del triunfo. En fin, a lo que vamos, en los años veinte lucen catedráticos que no peinaban
canas. Es Rodó quien habría dicho algo que proviene de Renán: “La juventud es el descubrimiento de
un horizonte inmenso que es la vida”. Ayudaba, sin duda, el aire del tiempo. Lo que los franceses
llaman l’air du temps. Los alemanes, el Zeitgeist. Algo que sienten o presienten los poetas y los intuitivos
flota sobre los seres humanos, presagios de felicidad o de catástrofes.
Luego de Córdoba, fueron innumerables los “mensajes a la juventud”. En ese clima de vísperas, de
mañanas que cantan, se generó una verdadera reversión de valores. El medio natural, por ejemplo,
dejaba de ser un obstáculo a la civilización, y Alfonso Reyes, el gran ensayista mexicano, en su juventud,
exalta el medio natural. Tiene 28 años cuando escribe Visión de Anáhuac (1917). Es una lectura sin com-
plejos de América. Entre tanto, Vasconcelos señala: “Nosotros mismos hemos llegado a creer en la
inferioridad del mestizo, en la irredención del indio, en la condenación del negro, en la decadencia
irreparable del oriental. La rebelión de las armas no fue seguida por la rebelión de la conciencia (La
raza cósmica, 1925). Vasconcelos sabe cuál es el “objeto del continente”, su probable misión, reunir las
razas, la quinta raza, la cósmica…”. Son los años que José Carlos Mariátegui edita sus libros: La escena
contemporánea (1925) y Siete ensayos… (1928). A todos los otros -ismos, Mariátegui no deja de pertene-
cer al juvenismo. Veamos, pues, a quién dedica su libro, el primero, escrito después de un viaje por
Europa. En este sentido, afirma: “Lo dedico a los hombres nuevos, a los hombres jóvenes de la América
indo-íbera” (1925, Lima). Haya de la Torre funda la Alianza Popular Revolucionaria Indoamericana el 7
de mayo de 1924, a los 29 años. Vallejo tenía 26 años cuando se edita Los heraldos negros en 1918. No
es coincidencia, es una generación. Viajeros, curiosos, originales, irruptivos, innovadores desde los
poemas hasta los originales partidos políticos que inventaron, críticos del mundo de su país y su vida,
pero cálidos, sonrientes; sin embargo, a veces, pese a la energía del poeta, a medida que pasaba el
tiempo, acaso por el exilio, la nostalgia, el dolor de la lejanía. Así, en el libro de Vallejo Poemas humanos
L os dolores que quedan son las libertades que f altan
se lee: “Fue domingo en las claras orejas de mi burro,/ de mi burro peruano en el Perú, perdonen la
tristeza”.
Este es un ensayo. No pretende ser una obra exhaustiva, aunque algunos ejes ya están planteados, la
libertad de pensamiento, las alianzas entre los educados y los oprimidos. Lo de Córdoba fue una revo-
lución que se produjo en 1918. No es la primera ni será la última en que la señale como un punto
crucial. Es un antes y un después. Un hito, como una línea divisoria de aguas. Un parteaguas, aunque
no sea una palabra que admita la Academia. Tras las páginas de Rodó, dice Germán Arciniegas, “vinie-
ron las caldeantes del argentino Manuel Ugarte (1878-1951). Las del mexicano Isidro Fabela (nacido en
1882), el diplomático e historiador que escribe Los Estados Unidos contra la Libertad. Las reposadas y
magistrales del peruano Francisco García Calderón (1883-1953) en La creación de un continente. Había,
dice el gran colombiano Arciniegas, una nueva conciencia continental. Era notoria la pasión, el optimis-
mo. Así se evidencian a través de las siguientes líneas:
El anhelo de renovación llevó a don Justo Sierra a remodelar la universidad de México, y a don Joaquín V.
Gónzalez a crear la universidad de La Plata, que marcó una nueva era en la Argentina. Había fe en el otro
destino, la libertad”. Y en fin, “en 1925, José Ingenieros y Alfredo L. Palacios fundaron la Unión
Latinoamericana para agrupar al elemento intelectual en torno a los maestros de la revolución”.
Esto por el aire del tiempo en materia cultural. En cuanto a la política, Arciniegas ve que después de
21 | ese 1918, después de esa escuela de aprendizaje político que eran los congresos de estudiantes, “los
egresados de las federaciones estudiantiles fueron los líderes que liquidaron las dictaduras”.