Page 342 - La Rebelión de Huanuco - vol 3
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Volumen  3
                        Autos seguidos sobre el descubrimiento de los autores de la rebelión de Huánuco - Segunda parte
            Los extraordinarios esfuersos qué habia hecho para esta obra, habia indis-
            puesto de ante mano sin duda los ánimos de aquellos, que solo esperaban la
            mas corta oportunidad, para vengarse de un soldado tan fiel servidor de Su
            Magestad. Asi sucedio y he aqui lo que temio, y con justicia mi parte. Nadie
            como él estuvo mas rodeado de enemigos: él no veia el modo de escapar. To-
            dos saben el natural rencor que por lo regular profesan los que son aprehen-
            didos á los comandantes de Bandera. Ademas, ellos por sí mismos le tenian
            ya un odio anticipado. Penetrados de que no era posible que se les encontrase
            por alguno nunca, Moscoso, los sorprehende ya en Acomayo, ya en Chinchao,
            ya en Mesapata, Tumbes (?), Malconga, Quircan, Tomayquichua, y en fin en
            todo el valle, á donde se dirigió. Siempre que lo pidieron las ocasiones, con ese
            solo objeto. A estos, pues, es áquienes temia mas que á los mismos insurgen-
            tes. De donde es de creer que la obra de la esquela, no fué sin duda, ni pudo
            sér por otro principio. La prueba no puede estar mas clara. En esto él no obró
            mal. Tampoco cometió delito alguno. El estaba precisado á consultar la segu-
            ridad de su vida: los hombres que ofrecia eran diez y siete unicamente, en caso
            que los hubiese tenido entónces, que se niega y se negará siempre, número
            demasiado corto para hacer con respecto á los indios, por sí solo ningun gran-
            de daño. Y aun quando se hubiese de hecho admitido su oferta por Castillo:
            podrá por eso deducirse por manera alguna nunca, que efectivamente tenia
            tales hombres mi parte? De ninguna manera, como que entónces no contaba
            ya con tales reclutas, ni habrá uno que diga que se le vió en ninguna ocacion
            de esas con ellos En todo, él no trató mas que de asegurarse; y esto es lo único
            que ha habido.
                    Por otra parte: ¿quién no ve que si Moscoso no hubiera tenido esos es-
            torbos; que si él se hubiese resuelto á mezclarse con los insurgentes, lo hubiera
            en el momento sin el menor temor verificado? ¿Quién pudiera haberselo em-
            barazado, ó impedido? Luego es claro que efectivamente hubo de su parte el
            mas justo recelo de que se asaltase sin remedio, quando no por los indios, por
            los desertores y reclutas, en esas circunstancias, su vida. A lo que se agrega,
            que á como Militar era natural que temiese de él algo el subdelegado Castillo;
            por lo que tomó el partido para contener qualesquiera mal que pudiera resul-
            tarle, de dirigirle sin pérdida de momento la citada esquela. Nadie dudará que
            no había quien temblase en el detestable mando de ese mal Patriota: que no
            habia vecino alguno honrado, entre cuyo número cuento á mi clientulo, que
            por momentos no esperase la muerte. El tenia motivos para recelar mas que



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