Page 465 - Vida y Obra de José Baquijano y Carrillo - Vol-1
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             Vida y obra de José Baquíjano y Carrillo
            pueblo inundó las calles con su concurso, llenó el aire con sus vivas, y mucho
            más allá de las horas destinadas al descanso velaba repitiendo sus aplausos.
                    No fue menos lucida la noche del 5, en la que además de repetirse las
            decoraciones anteriores, se pusieron otras nuevas, aumentándose el número
            de las orquestas hasta quedar ocupados todos los músicos de la ciudad. El be-
            llo sexo había concluido nuevos adornos, y se presentó con ellos tan gracioso
            y vario que matizaba de mil colores todas las calles: las avenidas de la plaza
            quedaron por la concurrencia impenetrables aun a los impulsos de la curio-
            sidad. El estruendo de los fuegos artificiales señalaba el centro de reunión,
            todos anhelaban por llegar al término a un tiempo mismo; pero oprimidos
            en el tránsito, les frustraba sus deseos la misma prisa de conseguirlos. Mas en
            medio de este bullicio placentero no se notaba la menor altercación ni dis-
            turbio: parecía que el espíritu de sagacidad y mansedumbre que animan al
            Sr. Baquíjano se había difundido en este pueblo dócil que no respiraba sino
            fraternidad y complacencia. Oh! cuánto es el poder del júbilo sincero, cuando
            se entrega el corazón a sus afectos!
                    Pero en el día seis se excedió Lima a sí misma, si puede alguna vez
            excederse el pueblo más generoso y fiel del Universo. Penetrando el entusias-
            mo hasta los últimos eslabones de la cadena social, se presentan en la casa del
            Excmo. Señor Conde los negros esclavos por el orden de sus castas o naciones.
            Los Congos, los Angolas, los Vanguelas, los Minas, los Senegales, los Macúas,
            los Cambundás, los Lucumíes, los Mozambiques y otros tantos, con sus grose-
            ros instrumentos, jefes y banderas respectivas, entonan sus alegres y bárbaras
            canciones; cruzan los brazos acompañándolas con sus danzas orientales; la
            ternura rompe los diques del respeto, y se arrojan a los pies del padre y pro-
            tector de los infelices. ¡Qué espectáculo tan patético era ver al Señor Conde
            rodeado de estos miserables, que degradados por la ambición y orgullo de los
            hombres, miraban como un Semi-Dios benefactor al que desde la mayor ele-
            vación admitía con afabilidad y sencillez la oblación de sus caricias! El uno le
            abrazaba, el otro se le echaba a los pies, este le saludaba con voces mal articu-
            ladas, aquél le batía una bandera hincando la rodilla; quien bailaba al rededor
            en mil variadas contorsiones, quien lloraba de contento, y quien arrebatado
            en el entusiasmo de su alegría se arrojaba al aire con un salto y daba un giro
            completo antes de caer al suelo ¡Qué triunfo tan halagüeño! y tanto más aprecia-
            ble cuanto que esas demostraciones proceden de una gente sencilla incapaz de
            disfrazar sus verdaderos sentimientos! Bien pueden otras Naciones regocijarse



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