Page 163 - La Rebelión de Túpac Amaru II - Vol-6
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             La rebelión de Túpac Amaru II
            Arriaga, corregidor que fue de la provincia de Tinta, envió con propio una
            comisión a don Valeriano Bejarano, vecino español de dicho pueblo de Velille,
            para que prendiendo la persona del corregidor pasase al embargo de todos sus
            bienes e hiciese publicar en todos los pueblos de la provincia, un bando en
            que mandaba el rebelde no prestasen obediencia a ningún juez real y mucho
            menos a corregidor alguno, por ser así a la mente del rey, cuya cédula tenía
            en su poder. Recibido este pliego consultó conmigo dicho Bejarano por ha-
            llarse ausente el corregidor, y yo hice que le respondiera que mientras no se le
            hacía presente la real orden que suponía, no podía pasar a la ejecución de lo
            que adquirí de la provincia de Tinta; y con una carta que recibí de la junta de
            guerra del Cuzco, hice dos propios al corregidor que se hallaba en el partido
            de Cotahuasi, cuarenta leguas distante de Velille, y el primero lo halló en el
            camino, y vino apresuradamente a alistar toda la gente española y marchar
            con ella para esta ciudad. Citáronse las tropas para el día 23 de Noviembre y
            todos obedecieron las órdenes del corregidor, a excepción de los españoles de
            Colquemarca, estando ya juntos las tropas de Velille y las listas en poder del
            corregidor; con ánimo de salir el día siguiente para la ciudad; llegó a las cinco
            y media de la tarde un propio del rebelde con nueva comisión al dicho Beja-
            rano, para que convocase la gente y prendiese al corregidor. Bejarano enseñó
            luego la carta y el corregidor mandó poner en la cárcel con grillos al indio
            propio, pero como éste era muy persuasivo y no se le pusieron centinelas para
            privarlo de la comunicación de las gentes, sedujo no solo a los indios sino
            también a los españoles, a que prendiesen al corregidor. Este se hallaba en mi
            casa, y sinembargo de la frialdad que veía en los provincianos en observar sus
            órdenes, no quizo desamparar la provincia, hasta que a las siete de la noche
            nos dieron parte que toda la gente estaba determinada a prenderlo. Acobardo-
            se entonces el corregidor, y no halló otro medio que el de la huída para escapar
            con su vida, mas como era preciso partir por en medio de la gente que había
            ya cercado mi casa, me determiné yo a atropellar con espada en mano a la
            multitud, que encontré en la puerta de la calle y en el puente, conseguido mi
            intento volví a casa, hice disfrazar al corregidor con poncho y una montera de
            mi indio Pongo, le acompañé hasta el puente del río grande donde se apareció
            un mestizo llamado Pedro Almonacín, y le rogué alcanzase al corregidor su
            caballo, porque los indios no daban lugar a que trajesen las bestias que esta-
            ban ensilladas en el corral de mi casa. De esta manera pudo zafar aquel infeliz
            hombre en compañía de su cajero, don Francisco de la Torre, sin llevar ni ca-



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