Page 519 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             La rebelión de Túpac Amaru II
            al Corregidor. La ignorancia aún es todavía más palpable; porque ¿quién ha
            pensado aún hasta ahora que es sacrilegio (como se supone en el oficio) la
            prisión de los eclesiásticos, cuando germinan inquietudes y sediciones contra
            el Estado, como lo estaba haciendo Calderón por llevar la corriente a Puente
            y a sus superiores, aún conociendo la perversidad de sus intenciones, según
            lo explicó bien claramente en su carta de f...  que escribió al Corregidor dán-
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            dole satisfacción de su error, y ofreciéndole mudar de conducta en adelante?
            ¿Es más respetable el Cura interino de Pichigua Don José Calderón que aquel
            Cuerpo de Religiosos que vimos extrañar poco tiempo hace de los Dominios
            de Nuestro Soberano? Pues, aunque publicamente no se sabe el motivo cierto
            de su expatriación fué, según opinión común, porque maquinaban disturbios
            en las Repúblicas. Eran tan eclesiásticos como Calderón, y muchos de ellos de
            condición más sublime, pero no obstante los prendieron los Jueces Reales sin
            que nadie lo conceptuase sacrilegio, en virtud de orden del Rey. Las leyes no
            son otra cosa, y estando prevenido en la 8ª, Título 15, Libro 8 de la Recopila-
            ción de Castilla, que los ejerzan la Jurisdicción Real conozcan y aprendan, sin
            distinción, a cuantos perturben la pública tranquilidad (porque esta es la vida
            de la Sociedad Civil) sólo por alguna jurisprudencia nueva del Obispo y sus
            parciales pudo estimarse por sacrilegio la retención política y atenta del Cura
            de Pichigua (que los enemigos del Corregidor han apellidado prisión rigorosa
            y aflictiva) mayormente, no habiéndosele inferido más extorsión que mante-
            nerlo recluso por pocos días, con el mejor tratamiento y cortesanía.
                    44.-Vuestro Visitador General no se dió por entendido del suceso de
            Coporaque, ni de Calderón; pero anticipadamente había escrito a Don Anto-
            nio de Arriaga otras cartas forjadas con la misma injusticia y contemplación
            que la del Virrey. Con fecha de 16 de Noviembre de 1779 despachó aquel mi-
            nistro una orden circular a los corregidores, y consiguientemente al de Tinta,
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            21. «Señor General Don Antonio de Arriaga.- Amantísimo Señor y amigo de mis más distinguidas atenciones. Es tanto el pudor y ver-
            güenza que me acompaña, en haber injuriado a Vuestra merced con la remisión de esa maldita orden, faltando en esto a la correspon-
            diencia que debía, que no tengo cara de ponerme en presencia de Vuestra merced; y así me valgo de esta carta para significar a Vuestra
            merced lo pesaroso que me hallo; detesto mi error; conozco ahora lo seducido que me ha tenido Puente. Es propio de los hombres,
            que estamos revestidos de esta masa, de errar. Vuestra merced es mi protector; confieso sus finezas; y también intuitivamente conozco
            lo piadoso de sus entrañas; y así ¡por Dios y por lo que tuviere más amable en este mundo! le suplico deponga su sentimiento; míreme
            Vuestra merced, con caridad, bajo la protesta y juramento por lo más sagrado, que desde hoy en adelante no me meto en asunto
            alguno, aunque me exponga al más ignominioso castigo y a mi total exterminio. Sirva ésta de bastante resguardo a mi protesta. Yo me
            hallo bastantemente accidentado, por lo que le pido encarecidamente a Vuestra merced me dé libertad para pasar esta tarde a Pichigua
            a descansar, que en todo lo que fuere servicio de nuestro Soberano hallará Vuestra merced pronta mi obediencia.-Dios mueva el
            corazón de Vuestra merced para la gracia que solicito, y me lo guarde muchos años con toda suerte de felicidades.- Besa la mano de
            Vuestra Merced su afectísimo servidor y capellán.-José Calderón.» [nota del autor]


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