Page 29 - Rumbo al Bicentenario Nº 6, Año 2 - mayo 2019
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Los propietarios mineros de Huantajaya sabían de la importancia de realizar estas demostraciones de
           adherencia y fidelidad, las cuales eran reconocidas en el futuro por el monarca con otro tipo de favores. Pero
           en los eventos europeos de la década de 1810 el rey Fernando VII caería en cautiverio francés y los destinos
           de los reinos hispanos, tanto en Europa como en América, fueron disputados por dos fuerzas políticas:
           liberales y absolutistas. En este escenario, los liberales alcanzarían la concreción de uno de sus objetivos
           más importantes: dotar al imperio de una constitución política que sopesara el poder del soberano, dicha
           carta magna sería jurada en Cádiz en 1812. Ésta, fue recibida en Tarapacá gracias al Real Tribunal del
           Consulado de Lima y su diputado en Tarapacá, Luis Gutiérrez de Otero, quien lo entregaría a los demás
           miembros de la elite económica local, buscando contener otras formas de auto gobierno y avance de ideas
           más autónomas. Creemos que los intereses que este gremio de comerciantes buscaba proteger mediante la
           implementación y difusión de la constitución el fidelismo al rey y asegurar así, el control de sus negocios
           mineros. Pero aquello no bastaría para detener la entrada en escena de rebeldes y conspiradores.

           En la medida en que el contexto regional andino se convulsionaba, Tarapacá iría cayendo en manos de los
           insurgentes  provenientes  del  Alto  Perú  como un  primer lugar  y  posteriormente,  en  la  de los  patriotas
           libertadores provenientes desde Lima y Chile.


           Los movimientos revolucionarios tarapaqueños estuvieron relacionados en un principio con los intentos del
           Ejército Auxiliar del Norte proveniente desde la ciudad de Buenos Aires y con los gritos de emancipación de
           Tacna de 1811 y 1813. Es por esto que muy acertadamente la población española, hacendada y minera, temió
           la llegada de fuerzas insurgentes procedentes de las regiones limítrofes. El prolongado litoral también
           exponía al ataque de naves enemigas a su único poblado costero importante: el puerto de Iquique (o Ique
           Ique).

           Tarapacá en ese entonces era un espacio un tanto descuidado por las fuerzas españolas, quienes no tenían
           hasta 1815 un destacamento o contingente militar preparado para socorrer al Rey en dicho territorio. Y fue
           precisamente dicho año en que la invasión liderada por destacado cabecilla cuzqueño Julián Peñaranda
           logró concretarse. Ésta contaría con el apoyo de la población local a la cual ya se había conspirado con
           antelación al alzamiento. Peñaranda, quien aparentemente conocía muy bien la zona, habría realizado
           acciones sediciosas desde 1813 en adelante, sumándosele como compañero otro caudillo rebelde: José
           Choquehuanca .

           Los hechos más explícitos de rebeldía e insurgencia ocurrieron en noviembre de 1815  y pondrían en jaque a
           las autoridades locales, las cuales deberán abandonar el territorio de Tarapacá rumbo a Arica para enfrentar
           desde allí dichos sucesos.

           Peñaranda era un líder bastante hábil para guiar la revuelta en Tarapacá, encontrándose sus acciones muy
           relacionadas a los movimientos de los generales patriotas porteños asentados  el Alto Perú y que combatían
           por entrar en el virreinato peruano. Este vínculo fue especialmente cercano con el General José Rondeau.
           Sin embargo, una serie de traiciones en algunos quienes le habían jurado lealtad en la zona, más el fracaso
           de los movimientos en Charcas, derrumbaron los logros rebeldes que el oriundo de Cuzco había capitalizado
           en el desierto tarapaqueño.


           La situación de amenaza que se cernía sobre los territorios extremo sur peruanos sumaría otro flanco. Una  El fin del imperio español en Tar apacá
           vez alcanzada la independencia de Chile en 1818, era cuestión de tiempo para que la costa pacífica del partido
           tarapaqueño fuera vista como una posible área de desembarco.

           El triunfo del ejército libertador en Maipú hizo que las autoridades del Virreinato ordenaran la organización   “C onstit ució
           de un plan de defensa costero entre El Callao y Cobija, enviando fuerzas de defensa a cada uno de los puertos
           y caletas del litoral. Puerto Iquique concentró un pequeño destacamento realista que tuvo que hacer frente,
           en septiembre de ese año, al intento de asalto de un grupo de supuestos insurgentes chilenos, argentinos e
           ingleses. Atrapados poco tiempo después, resultaron ser una banda de salteadores que meses antes habían    |
           saqueado la ciudad de Pacocha, sin tener vinculación alguna con movimientos emancipatorios .             28 |   28



          6 Paulo Lanas, (2016) “El partido de Tarapacá y el extremo sur del virreinato peruano durante la revolución cuzqueña de 1814”, en Scarlett O’Phelan Godoy (ed.),
          1814: La junta de gobierno del Cuzco en el sur andino, Lima, IFEA.
          7 Carlos Donoso, “El puerto de Iquique en tiempos de administración peruana”, en Historia, Nº 36, Santiago, 2003, pp. 123-158
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