Page 13 - Rumbo al Bicentenario Nº 6, Año 2 - mayo 2019
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El resultado de la batalla evidenció su encarnizamiento: 1.400 muertos por el lado español y 700 heridos,
más 370 muertos patriotas y 609 heridos; más de 3.000 combatientes inutilizados, que equivalía a casi la
cuarta parte de las fuerzas totales de los dos ejércitos.
En las siguientes semanas, la noticia de la victoria patriota se esparció como reguero de pólvora. En Lima,
su difusión causó una explosión de júbilo popular, a tal punto que las calles se llenaron instantáneamente
de gente “estrechándose las manos, abrazándose y corriendo con frenesí de un lado a otro”, tal como refiere
en sus memorias el marino inglés Hugh Savin, quien se hallaba en la capital a fines de 1824. En Palacio de
Gobierno, Bolívar gritó “¡Victoria!” con un “exceso de emotividad”, según el testimonio de su secretario
Florencio O’Leary, y luego elaboró sendas proclamas de reconocimiento a los soldados del ejército
patriota. “Habéis dado la libertad a la América Meridional y una cuarta parte del mundo es el monumento de
vuestra gloria ¿Dónde no habéis vencido? La América del Sur está cubierta de los trofeos de vuestro valor; pero
Ayacucho, semejante al Chimborazo, levanta su cabeza erguida sobre todos”, señalaba una de estas
aclamaciones. Asimismo, dispuso la edificación de una columna conmemorativa con el busto del general
Sucre y los nombres de los oficiales y soldados que vencieron en la batalla. Por supuesto que tal
monumento nunca fue construido; pero, de este modo, el Libertador encumbró la batalla y la transformó
en un hecho histórico de inmortal recordación.
La memoria.
Con las notas laudatorias de Bolívar apareció una memoria sobre la batalla de Ayacucho, como una suerte
de representación del hecho histórico para su constante recordación por las generaciones venideras.
Dicha memoria incluyó primero los recuerdos de los oficiales patriotas y realistas que participaron en el
decisivo encuentro de armas y las primeras narraciones de los historiadores sobre la batalla, elaboradas
precisamente a partir del testimonio de los protagonistas del hecho.
Uno de los primeros testimoniantes fue el coronel santafesino José María Aguirre, quien en su obra
Compendio de las campañas del Ejército de los Andes, publicada en Buenos Aires en 1825, señala por
primera vez que la batalla de Ayacucho “fue la última y más asombrosa batalla que coronó la independencia
de América Latina” y que en ella “las armas libertadoras eran en menor número, pero les sobraba coraje” . Al
mismo tiempo, el británico William Miller mencionaba en sus memorias que la batalla de Ayacucho “fue
la más brillante que se dio en la América del Sur (…) no fue una victoria debida al azar, sino el resultado del arrojo
[del ejército patriota] y un ataque irresistible concebido y ejecutado al mismo tiempo” (Miller, 1910 [1828], II:
179-180). Tiempo después, el colombiano Manuel Antonio López comparó la victoria de Sucre con la que
el Duque de Wellington obtuvo en los campos de Waterloo (López, 1971: 567).
No sólo los oficiales patriotas escribieron sobre la batalla; también lo hicieron los militares realistas
afincados en la península, con el interés de defenderse de los fuertes cuestionamientos propiciados por el
ominoso retorno del absolutismo y las regencias de María Cristina y Baldomero Espartero (1823-1843).
Uno de los más criticados fue el general Jerónimo Valdés, quien respondió negando su pasividad en la Hist oria y memoria de la B atalla de A y acucho
batalla. Al mismo, tiempo, el general Andrés García Camba publicó sus memorias y señaló que cuando los
españoles perdieron en Ayacucho, “sólo el Perú y la provincia de Chiloé eran los únicos restos del dominio
español en América” (García Camba 1916, I: 18).
Con las versiones de críticos y criticados y con fuentes como el parte de Sucre o las memorias de Miller,
el historiador Mariano Torrente escribió una de las primeras narraciones históricas sobre la batalla de
Ayacucho en su obra Historia de la revolución hispano-americana, donde explica que los españoles fueron
derrotados por el precipitado ataque del batallón de Rubén de Celis, por el imprudente movimiento de la
reserva, por la tardía aproximación de la artillería y especialmente por la “baja calidad” de una tropa
reclutada a última hora y que no tenía ánimo de defender el pendón realista . 12 |
2 Texto extraído de la Colección Documental de la Independencia del Perú, Lima 1971, Tomo XXVI, Vol. 4°, p. 171.
3 Las notas Mariano Torrente sobre la batalla de Ayacucho aparecen en la Colección Documental de la Independencia del Perú, Lima 1971, Tomo XXVI, Vol. 3°, pp. 304-305