Page 32 - Rumbo al Bicentenario Nº 4
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una nueva jerga y lenguaje político. Imprescindible para nombrar justamente las nuevas experiencias
reformistas, como también la apertura de posiciones de cuestionamiento y ruptura en contra del reformismo
constitucional y, por si fuera poco, la réplica plebeya en esta región al proceso revolucionario separatista
continental vino a complejizar y envalentonar los ánimos en estos territorios, los sucesos y consecuencias de
toda índole del periodo constitucional y aquel potente faro ideológico que se proyectó en su nombre.
La transferencia de atribuciones y poderes a los pueblos que ahora podían administrar sus recursos,
modernizar su infraestructura y mejorar los servicios comunales, como gestionar la justicia a escala local;
todo ello no hizo sino fortalecer esas identidades todavía corporativas. Sobre todo, reivindicar la etnicidad que
ahora poseía un instrumento legal, que rápidamente fue puesto en movimiento para acceder a posiciones de
poder, justamente por sectores de las nuevas elites indígenas.
De otro lado, la experiencia del acto del sufragio, que entonces se experimentó con una intensidad sin
precedentes en el mundo andino, desplegó un rico y complejo proceso de sociabilidades políticas. La
intersubjetividad de la plebe andina terminó por incorporar a su imaginario la modernidad política y cultural,
aunque sin duda mantuvo elementos del tradicionalismo social andino. Como decir que caminaban de cara
El Trienio Liber al y la plebe rur al dur ante la guerr a en los andes centr ales: 1820-1824
al futuro, pero de cuando en cuando, volteando hacía atrás.
No es que la experiencia del sufragio haya sido ajena en los ámbitos rurales. Lo que aconteció fue que, ahora
y bajo el paraguas de la ilustración doceañista, el sufragio adquiría un nuevo contenido y sobre todo una
nueva promesa. Esto es, la posibilidad de gestionar con mayor autonomía sus recursos, restablecer las
estructuras de pertenencia y jerarquías al interior de los linajes y las propias comunidades, como la
configuración de agendas reivindicativas ahora bajo los fueros y el amparo de una legislación que los
comprometía a practicar inéditos niveles de autonomía.
Entonces se puede colegir que, en toda esta región, tan determinante para la definición del proceso general
de la guerra en Junín y Ayacucho, pues ya existía, en definitiva, sensibilidades políticas y doctrinarias
proclives a experimentar todo aquel vendaval independentista que sacudía el continente. El ciclo
revolucionario continental desde la crisis imperial de 1808, la trayectoria Juntista, las tempranas guerras
separatistas y los ensayos e innovaciones de autogobierno. Las proclamaciones de independencia, las
guerras, derrotas y victorias de ejércitos primero separatistas y luego republicanos en todo el continente. Un
horizonte que, desde la perspectiva plebeya, fue, en definitiva, un horizonte descolonizador, irreverente, de
rebeldía y cuestionamiento a todas las formas de poder. Y toda esta ola que imponía nuevas agendas
reivindicativas no les era ni ajena ni extraña a los sectores populares andinos. Testigos privilegiados, que
seguían con sobresaltos y esperanza el resultado de una guerra de dimensiones continentales.
Interesa razonar la guerra sobre este novedoso fondo de
sensibilidades políticas, a las que habría que agregar, el
fulminante efecto de cuestionamientos que se desperdigo
por toda la región como consecuencia de la rebelión de
Huánuco en 1812 y, sobre todo, el incremento de la
desobediencia civil, la militarización territorial y el espíritu
evolucionario que generó la revolución del Cuzco entre
1814 -1815.
El arribo, de ninguna manera inesperada, de la expedición
libertadora a Pisco en setiembre de 1820, tuvo un efecto
simbólico y movilizador, cuya magnitud aún no ha sido
suficientemente ponderado por la historiografía. A partir
de entonces, una compleja y veloz sucesión de eventos
políticos y militares configuraron un escenario
socialmente volátil e impredecible. Una aceleración
cualitativa del tiempo que precipitó entre estos grupos
31 | sociales un aprendizaje político abreviado, capitalizando
posturas disidentes en abierto desafío al ordenamiento
Juan José Crespo y Castillo lideró el movimiento insurgente de Huánuco virreinal ya severamente cuestionado casi en simultáneo a
de 1812 en plena crisis monárquica y en donde captó la participación de
muchos pueblos de indios que cuestionaban a las autoridades españolas la llegada de San Martín y sus camaradas, Pezuela
y tenían conocimiento de los decretos gaditanos que favorecían a la
población indígena gracias a la libertad de imprenta. Imagen: Wikimedia.