Page 776 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Volumen 3
Inicio de la rebelión
Los principios de este trágico suceso fueron el que el mismo dia 10
corrió un voz vaga de que dichos europeos intentaban destruir y matar á los
naturales de aquel lugar. Pero apenas llegó a mi noticia la aprension de ellos,
cuando usando de la mayor sagacidad, hice comparecer aquella misma tarde
á la gente acuartelada y demas voluntarios á la plaza mayor, para reprenderles
con suavidad y cariño la falta del cuartel que habian cometido, y el vano temor
en que habían entrado, concluyendo mis órdenes, con que otra vez se reclu-
tasen, desterrando toda sospecha, para lo cual les afianzaba su indemnidad,
no solo con mi palabra de honor, sino con mi vida, trasnochando con ellos
acuartelados.
Parece que por entonces de algun modo serenaron sus ánimos, porque
habiendo comenzado á distribuirles el respectivo sueldo, lo tomaron dema-
siado contentos y satisfechos. Mas no acabé con esta diligencia, cuando se
levantó una bulla extraordinaria de que entraban los indios, á la que luego
acudieron los del cuartel, al paso que sin pérdida de tiempo me encaminé con
el último resto de ellos por la parte que tiraran los primeros, donde á poco se
nos embarazó el paso, avisándome que dicho alboroto era de los muchachos,
sin que hubiese peligro alguno: con esto retrocedí a establecerlos otra vez al
cuartel, pasando luego á mi habitacion á despachar algunos de á caballo, que
reconociesen los campos y cerros.
Aun no habian vuelto estos, cuando se oyó mayor bulla, distinguién-
dose en ellas las cornetas que acostumbran a tocar los indios: esta accion ya
pareció muy digna de ser temida, por la cual inmediatamente salí de dicha
mi habitacion con 18 ó 20 europeos armados, que habían venido á fortificar
la gente en la plaza y sus cuatro esquinas. Así lo verifiqué, cuando á poco rato
D. Javier Velasco me expresó, que pasase á la casa de D. Manuel de Herrera,
donde estaban divertidos varios vecinos en el juego, á ordenarles que saliesen,
y que su presencia contendria aquel exceso. Luego lo puse en egecucion, in-
sinuándome con aquel cura de Sorasora y otros varios que allí concurrieron,
mas mi autoridad y eficaz órden fué muy tibiamente mirada porque despues
de tanto alboroto no hicieron la menor novedad.
A mi que me consternaba en tanto grado esta, por el celo del Soberano,
inmediatamente que ví que se me traia un caballo dispuesto, monté en él y salí
por la calle, donde al ir á la plaza, lugar en que dejé establecida la gente, ya no
pude dar mas paso, no por los gritos ni las voces de que maten chapetones,
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