Page 608 - La Rebelión de Túpac Amaru II - 4
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D. AGUSTIN DE JAUREGUI, CABALLERO DEL ORDEN DE
             SANTIAGO, DEL CONSEJO DE S. M., TENIENTE GENERAL DE
             LOS REALES EGERCITOS, VIREY, GOBERNADOR Y CAPITAN
                    GENERAL DE LOS REINOS DEL PERU Y CHILE, Y
               PRESIDENTE DE LA REAL AUDIENCIA DE ESTA CAPITAL


                    El justo aprecio que merecen la generosidad y buenos servicios de los
            habitantes de este vasto imperio, que con tanto honor y esfuerzos han aspirado
            á conseguir su tranquilidad: el interes que todos tienen en afianzarla, como que
            de ella penden sus vidas y haciendas: el temor de que se renovasen las calami-
            dades pasadas, y lo que es mas, la necesidad de asegurar el culto de Dios, el
            respeto á sus sagrados templos y ministros, y la fidelidad al Rey Nuestro Se-
            ñor, han obligado al fin á tomar por última resolucion la de prender á Diego
            Cristoval Condorcanqui, sus sobrinos y demas principales, que con el nombre
            de Tupac-Amaro aspiraban á mantener sus alevosos designios, abusando para
            ello de la clemencia con que se les ha tratado, de los beneficios que se les han
            dispensado, y de todos los medios de suavidad con que se ha procurado atraer-
            los, disimulando las repetidas señales que despues del indulto han dado de su
            perfidia. Desde los primeros momentos en que se les hizo saber aquella piadosa
            disposicion, se advirtió la que manifestaban, de continuar en sus depravadas
            ideas: pero se creyó pudiesen abandonarlas, convencidos por el tiempo y la es-
            periencia de las ventajas y felicidad que les traia el sosiego de sus casas, el perdon
            de sus delitos, y la liberalidad con que se proveia á su subsistencia. Y como con-
            currieron en aquella ocasion algunos hechos que aparentaban la sinceridad del
            arrepentimiento, aunque siempre se desconfió de ella, pareció prudencia alen-
            tarlos, hasta lograr otros testimonios que hiciesen menos equívoca la realidad
            de su conducta. Lejos de conseguir los que se deseaban y debian prometerse
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