Page 60 - Primeras Congresistas
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Y confirmando en el acto
                                               sus palabras con los hechos
                                                  orden dicta de alejarla
                                                 de su presencia al efecto.
                                              Entonces, como un relámpago,
                                                 que cruza rápido el cielo,
                                                la llama del odio enciende
                                                  en sus ojos el destello
                                                y arrancándole al soldado
                                                la lanza con que pretende
                                                    detenerla y alejarla
                                                  de la presencia del jefe,
                                                 arrójase, contra él, fiera,
                                                 y lo atraviesa al instante,
                                                 con fuerza que sólo crea
                                                 el amor que se convierte
                                               en corriente de odio intensa.
                                                  Cayó el coronel herido
                                                  y cayó la madre cerca
                                               tinta en un charco de sangre
                                                 que tiñó la blanca acera.
                                               Sangre de madre mangache,
                                                 sangre valerosa y fuerte,
                                                que corres, pura y fecunda,
                                                por las venas de tu gente.
                                                   Así te regaste un día
                                               frente a la plaza del pueblo,
                                                en las gradas de la Iglesia,
                                                  bajo el azul de tu cielo.
                                                 En la Mansión silenciosa,
                                                Mangachería, que guardas,
                                                quedó esta mujer valiente,
                                                mujer mangache y piurana.
                                                Su recuerdo está flotando
                                                    todavía por el aire,
                                              entre una mundo de recuerdos
                                             que en mi mente surgen fáciles.
                                               Recuerdos de tiempos idos,
                                               de tiempos que ya pasaron;
                                                  que tus hijos atesoran
                                                para orgullo de sus almas.












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