
Nació en
Huamanga y allí aprendió el oficio
con su abuela materna Manuela Momediano, que tenía
con su esposo un taller dedicado a hacer baúles, “sanmarcos” y
cruces. Comenzó a los quince años
como ayudante, moliendo el yeso, haciendo moldes,
pintando las figuras y por último armando
el sanmarcos. Una vez que aprendió los secretos
del oficio de “santolinero”, se independizó y
se casó con Jesusa Quispe.
El sanmarcos puede definirse como una capilla portátil
en cuya parte superior se ubican santos patrones
y en la inferior escenas costumbristas, como la herranza,
el castigo del abigeo, el vuelo del cóndor,
etc. Los arrieros los vendían a los campesinos
que los usaban como altarcitos. En la época
de los indigenistas y por influencia de Sabogal y
las hermanas Bustamante, el sanmarcos sufre algunos
cambios. Se les comienzan a llamar “retablos” e
incorporan escenas no tradicionales, como el motivo
de la cárcel y el taller del sombrerero. Crecen
de tamaño, para alcanzar cuatro y más
pisos inclusive. A pesar de estas asimilaciones,
el retablo siguió representando el mundo de
las creencias andinas.
En 1976 Joaquín López Antay recibió el
Premio Nacional de Cultura, lo que desató,
entre un grupo de artistas “cultos”,
una airada protesta. Sin embargo, luego de tantos
años y de los cambios sociales por los que
ha pasado el Perú, hoy nadie duda que Joaquín
López Antay era un artista, específicamente
un notable “escultor”, como se dice en
Huamanga.