La Materialización de la Paz y los Desafíos de la Política Exterior
Palabras del Ministro de Relaciones Exteriores, Doctor Fernando de Trazegnies Granda, en la ceremonia de presentación de la primera edición del libro "Perú-Ecuador: en el camino de la paz y el desarrollo", en el Hemiciclo Raúl Porras Barrenechea del Congreso de la República, el 16 de diciembre de 1998. |
Quisiera en primer lugar expresar mis más sinceras felicitaciones al Congresista Oswaldo Sandoval Aguirre, Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso de la República, por esta pulcra y oportuna edición, en cuatro volúmenes, titulada "Perú-Ecuador: en el camino de la paz y el desarrollo" de los documentos fundamentales del acuerdo con el Ecuador y, particularmente, de las exposiciones y debates que tuvieron lugar con este motivo en el Congreso de la República. Esta obra, a diferencia de lo publicado hasta la fecha, no sólo permite la difusión de los importantes acuerdos alcanzados luego de un complejo proceso de negociaciones, sino que además deja constancia del vigoroso intercambio de ideas y la exposición franca de las posiciones sobre los referidos acuerdos que tuvieron lugar en el seno de la representación nacional.
Ha sido posible lograr el reconocimiento pleno por parte del Ecuador de nuestra frontera, conforme al marco jurídico establecido por el Protocolo de Río, el Laudo de Braz Dias de Aguiar y demás instrumentos complementarios. Y en esta forma se ha asegurado la paz. Esta ha sido una labor de equipo, en la que han intervenido muchas personas, cada una de las cuales ha hecho un aporte invalorable que debe serles reconocido. Sin embargo, no puedo dejar de destacar -porque he sido testigo presencial de ello- la participación decisiva del Presidente de la República, Ing. Alberto Fujimori, quien poco a poco fue interesándose más en el proceso y convenciéndose de que había una salida posible al problema. A partir del momento en que esa convicción se convirtió en un cálculo claro de posibilidades, el Presidente comenzó a dirigir personalmente a la Delegación encargada de las negociaciones, orientándola en forma atrevida pero al mismo tiempo segura. Y, más tarde, el Presidente decidió participar en forma directa como negociador: tomó asiento en la mesa de negociaciones y, con su estilo innovador, trató las cosas en forma novedosa y creativa. Y debo decir que si no hubiera sido por ello, el acuerdo con Ecuador probablemente todavía no se habría firmado.
Creo que una oportunidad como la de hoy es propicia para reflexionar ya no tanto sobre el camino recorrido sino sobre el camino que nos queda por recorrer en la compleja relación con Ecuador. Si quisiéramos darle un nombre a esta nueva etapa, diría que el más apropiado sería el de la materialización de la paz. Si bien debemos sentir un justo regocijo por haber llegado, luego de remontar obstáculos y no pocas dificultades, a la suscripción en Brasilia de los Acuerdos por todos conocidos, también debemos estar plenamente conscientes del desafío que tenemos por delante. Materializar la paz es la segunda etapa de este proceso; y quizás es tanto o más importante que el camino ya recorrido.
Ante todo, permítanme recordar que los Acuerdos alcanzados no son el resultado de la improvisación sino de la aplicación de un meticuloso esfuerzo de objetivación racional de la situación. Es así como, partiendo de una consciencia clara de los valores y convicciones predominantes en nuestra época, fue posible que el Perú y el Ecuador, actuando de consuno, hicieran triunfar una visión optimista, positiva, de las relaciones humanas, basada en la idea de que los hombres pueden entenderse racionalmente. Esta idea se impuso sobre aquella otra pesimista, tan arraigada en la visión tradicional de nuestras relaciones bilaterales, que nos decía que la paz con Ecuador era imposible y que lo más sensato era limitarse a establecer una paz armada, construida sobre el recelo respecto del vecino país del Norte. Esta lógica perversa era, en el fondo, una falta de lógica, porque la paz armada es una situación altamente inestable que sólo conduce a la guerra; una guerra que esta vez tendría que ser, por la fuerza de las cosas, mucho más dura materialmente y mucho más devastadora emotivamente para ambos pueblos que cualquiera de los conflictos armados anteriores. Felizmente, poco a poco los negociadores de ambos países aprendimos que era posible remontar el recelo, que era posible crear confianza y que no era un alocado sueño pensar que el Perú y el Ecuador pudieran trabajar juntos en el futuro y aprovechar al máximo las oportunidades para ampliar su comercio, para integrarse en la frontera y para crear y fomentar la confianza mutua, de manera que no se encontraran enfrentados el uno al otro sino que juntos enfrentaran al enemigo común -al único verdadero enemigo- constituido por la pobreza y el subdesarrollo.
Los acuerdos en su conjunto, son el símbolo de la concepción que buscó armonizar e integrar todos los factores recurrentes y con peso determinante en el diagnóstico del problema. Por ello, estos acuerdos son el fin de un proceso difícil y el comienzo de una vida en común mucho más rica y llena de posibilidades.
Está en nosotros darle contenido a esos horizontes, está en nosotros avanzar con paso firme y consolidar así el desarrollo de ambos pueblos. No podemos perder el ímpetu inicial ni debilitar el momentum. Por el contrario, tenemos que continuar con tenacidad y dedicación en la tarea de concretar el abanico de oportunidades que se abren. Todos sabemos lo importante que es el aporte financiero de terceros países o de organismos internacionales; pero, ante todo y sobre todo, hay que ser conscientes de que es nuestro propio esfuerzo el factor principal que facilitará el camino hacia el desarrollo.
Esta no es una tarea fácil. Nos hemos embarcado con un destino difícil pero extraordinariamente prometedor. Hemos derrotado al espectro de la guerra que algunas personas equivocadas veían como la forma más rápida -y quizá la única- de zanjar nuestras diferencias con Ecuador. Sin embargo, no basta decir que la guerra no es una opción razonable y que constituiría simple y llanamente un retroceso o una renuncia de nuestra propia condición humana. Ahora nos toca demostrar que la paz es verdaderamente el camino del desarrollo, es la vía adecuada para que día a día podamos continuar mejorando nuestra humanidad, dándole un contenido de bienestar, abriéndole cada vez más posibilidades de realización. La paz no puede ser una simple palabra escrita en un tratado, la paz no es un slogan. La paz tiene que convertirse en un modo de vida de ambos pueblos. Sólo así habremos desvirtuado de manera contundente y para siempre esa falsa lógica de aquellos que veían la relación entre el Perú y el Ecuador como un juego suma-cero, en el que necesariamente una de las partes gana todo y la otra pierde todo.
Umberto Eco, en un ensayo titulado "Pensar la Guerra", decía que "una guerra no enfrenta sólo a dos patrias sino pone en competencia infinitos poderes", que van desde los mercaderes de cañones hasta aquellos que ven en el conflicto una terapia omnímoda de las insatisfacciones de los países. Pero podríamos decir, parafraseando a Eco, que la paz también pone en juego infinitas potencialidades y éstas deben ser canalizadas y orientadas para que puedan de una vez por todas, peruanos y ecuatorianos, sentirse todos parte de una sola gran nación, la latinoamericana, realizando así otro sueño acariciado por muchos latinoamericanos y cuyo momento se acerca cada vez más.
Las potencialidades que la paz debe poner en juego son la imaginación, la capacidad de innovar, la creatividad, la voluntad de aprovechar todas y cada una de las oportunidades que se nos presenten para afianzar los lazos entre ambas naciones. No podemos perder de vista la urgencia del momento y tampoco podemos darnos el lujo de visiones dubitativas con respecto al horizonte trazado. Sólo así esta segunda etapa de construcción de la paz podrá rendir los frutos deseados.
Debemos estar conscientes de que el trabajo de ahora es crear para las generaciones venideras una cultura de paz, una cultura fundamentalmente diferente de la cultura de conflicto que existió en el pasado: una cultura de recelo y hasta de guerra, en unos casos; una cultura de resentimiento, de revancha, de odio y de negación de la juridicidad, en otros. Si cumplimos con esa tarea educativa, no habrá discurso belicista que pueda seducir a nuestros jóvenes ni percepciones de política exterior que sugieran absurdamente la conveniencia del conflicto y de la carrera armamentista como formas válidas de convivencia entre los Estados.
Algo de lo cual debemos convencernos es de que no hay guerras justas e injustas: todas son, en cierta forma, injustas; todas atentan con la promesa de una humanidad superior. Pueden haber guerras inevitables, pero no justas. Sin embargo, en el caso del Ecuador, después de haber vivido una época en la que algunas personas creían que la guerra era inevitable como única forma (ilusa) de cerrar nuestra frontera, los acuerdos que hemos suscrito recientemente precisamente quitan toda base a cualquier conflicto fronterizo y eliminan radicalmente todo riesgo de una guerra que sólo beneficiaría a los vendedores de armas y que, cualquiera que hubiera sido el ganador, habría perjudicado tanto a Ecuador como al Perú. Nuestro tiempo presenta paradojas de este tipo; y debemos estar preparados para resolverlas de manera racional y constructiva.
Ahora bien, la superación de un inveterado problema en nuestras relaciones internacionales conlleva también importantes efectos en la proyección exterior del Perú. En esta ocasión, solamente quisiera referirme a dos aspectos:
El primero tiene que ver con la forma de conceptualizar la política exterior. No quiero decir con esto que la Cancillería históricamente haya encontrado su única razón de ser en la celosa vigilancia de la heredad territorial, puesto que todos conocemos los múltiples ámbitos en los que se ha desenvuelto apropiadamente y las ventajosas iniciativas que ha desarrollado sea en el área multilateral o en cuestiones de comercio e inversión internacionales. No se trata tampoco de señalar una región geográfica o un foro que deban ser privilegiados. La globalización del mundo actual ha generado tal número de conexiones y de vasos comunicantes que se ha establecido una gran red mundial en la que todos los foros tienen una razón de ser. Sin perjuicio de ello, el día que asumí el cargo de Canciller de la República me permití compartir con los funcionarios de Torre Tagle una preocupación que considero válida: les dije que deberían prepararse para proyectar al Perú dentro de un escenario que dejaría de tener como coordenada aquella situación que el notable canciller peruano Carlos García Bedoya, llamaba la hipoteca territorial de Ecuador.
Esto significa que tendremos en adelante que reflexionar con mucha seriedad sobre la esencia de lo que es la paz. Si me permiten una afirmación audaz, creo que los peruanos le hemos dado un sentido muy propio a la modernidad: para nosotros, modernidad es propiciar la paz. Juan XXIII decía que el nuevo nombre de la paz es "desarrollo". Y esto es muy cierto: a la renuncia a la agresividad, tenemos que agregar la búsqueda del desarrollo y de la superación. Pero ese nuevo nombre no cancela el antiguo sino que simplemente se agrega a él. Como decía Hobbes, lo primero es eliminar racionalmente el conflicto físico, la violencia, la guerra tanto exterior como interior. Porque cuando la violencia prima, reina la desconfianza, el temor recíproco, la inseguridad. Y en esas condiciones, nadie puede pensar en invertir ni en crear nuevos puestos de trabajo ni en progresar económicamente ni en inventar nuevas tecnologías ni en hacer nuevos descubrimientos científicos ni en escribir poesía ni en componer una ópera. La violencia embrutece a la gente. En cambio, la paz abre posibilidades extraordinarias de remontarse a los niveles superiores de la vida y de la civilización.
Ahora bien, como lo decía Juan XXIII la paz sólo se perfecciona en el mundo de hoy con el desarrollo. No basta que no haya guerra, no basta que no haya conflicto: tenemos además que cooperar los unos con los otros. Y ahora, la paz con Ecuador nos impone que tenemos que cooperar peruanos y ecuatorianos para lograr el desarrollo.
Este es el momento del equilibrio. Pero no de un equilibrio estático, como la paz de los cementerios donde no hay conflictos porque tampoco hay vida. Tenemos que buscar un equilibrio dinámico, en el que las diferentes fuerzas no se anulen entre sí sino que se sumen y potencien. El Ecuador y el Perú unidos podemos crear una dinámica de desarrollo que será inmensamente beneficiosa para nuestros respectivos pueblos.
Este equilibrio no puede fundarse en un puro economicismo, en el que se pierde la dimensión ética y la importancia de lo político. En la medida de que lo político sea entendido como una dimensión ética _lo que, lamentablemente, no es el caso frecuente- constituye un punto de vista rector que debe iluminar la economía. Y, en este campo, la Cancillería tiene un papel sumamente importante que cumplir. Vivimos en un mundo globalizado y eso significa que las relaciones económicas abandonan los recintos nacionales y se extienden por encima de las fronteras. Y, dentro de este proceso, a la Cancillería, como experta en relaciones internacionales, le corresponde un importantísimo papel que cumplir.
El segundo efecto al que hice alusión, ubicado dentro de lo político, tiene que ver con la necesidad de contar con un concepto de seguridad hemisférica así como con una política moderna de defensa nacional. Es imposible ahora separar la seguridad, de un lado, y la dimensión política, de otro; o, si se quiere expresarlo en otra forma, la dimensión política, por una parte, y la estrategia de defensa nacional, por la otra. Dentro de este contexto, claro está que alejar el espectro de la guerra y adoptar la voluntad de trabajar en un atmósfera de paz, tampoco es un oasis exento de problemas. Vivimos en un mundo real tan complejo como impredecible. Estas opciones obligan a convivir y compartir dentro del respeto mutuo y del trato igual y equitativo. Una visión de la seguridad en el hemisferio que se nutra de las nuevas tendencias pero que establezca un equilibrio entre lo deseable y la realidad, nos permitirá contar la capacidad disuasiva necesaria y adecuada con nuestro peso específico en la región y el hemisferio.
Como puede apreciarse, el desafío presente es de enorme trascendencia. Somos una generación privilegiada porque se nos ha dado la oportunidad de hacer historia y de escribirla derribando mitos, sin temores ni inhibiciones absurdos. Este libro que se presenta hoy a consideración de los señores Congresistas y del público en general es, ante todo, un llamado a la acción. No es un mero recuento de lo que se hizo por la paz sino que es una exigencia de lo que debe hacerse. Estoy seguro de que todos los peruanos, cada uno desde su particular perspectiva de inserción dentro del todo social, estará a la altura de estas exigencias y sabrá cumplir el papel que la historia le ha asignado.
Muchas gracias.
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