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(Sala de la derecha)

Los autos de fe eran ceremonias en las que se producía la lectura pública y solemne de las sentencias dispuestas por el Tribunal de la Inquisición. Los puntos centrales del auto de fe eran la procesión, la misa, la lectura de las sentencias y la reconciliación de los pecadores. Un mes antes se anunciaba a la población, invitándola a asistir. La noche anterior se organizaba un desfile especial, conocido como procesión de las cruces verde y blanca, en el cual familiares y otras personas llevaban los símbolos del Tribunal hasta el sitio en que se iba a realizar la ceremonia.

El día señalado, aún de madrugada, se procedía a la preparación de los reos. A los culpables se les colocaba un sambenito y a los inocentes se les vestía de blanco. A primeras horas de la mañana comenzaba con el desfile de los reos desde el local de la Inquisición hasta la tribuna preparada para ellos. Delante iba la cruz alzada de la parroquia a la que pertenecía el Tribunal acompañada del clero y cubierta, en señal de luto, de un velo negro. Cada reo iba acompañado por dos familiares del Santo Oficio. El orden en que salían variaba pero generalmente era el siguiente: estatuas de ausentes o fallecidos, penitentes, reconciliados y relajados. Cerraban el cortejo las autoridades civiles, con los funcionarios y familiares del Santo Oficio. Los inquisidores asistían detrás, llevando consigo su estandarte. En la Plaza Mayor se levantaban dos tribunas. En una de ellas se colocaba a los reos, al predicador y al lector de sentencias; en la otra "normalmente frente a la anterior" habían asientos para las principales autoridades. En el estrado destinado a los reos, estos eran colocados según la gravedad de sus delitos: en la parte más alta los condenados al brazo secular, en el medio los reconciliados y en la parte baja los penitentes.

El auto se iniciaba con el juramento solemne de todos los asistentes de mantener la absoluta fidelidad a la fe católica y al Tribunal. En los tribunales indianos primero juramentaba el Virrey, luego lo hacía la Real Audiencia y, finalmente, la población. Así, todo un pueblo y el propio Estado reafirmaban su compromiso religioso. Luego seguía el sermón de la fe, pronunciado por un orador prestigioso. En él, acomodándolo a las circunstancias, se hacía ver lo errores que conllevaba el alejarse de las creencias católicas. Continuaba, a la señal de la campanilla del inquisidor decano, la lectura de las sentencias, a cargo del secretario del Tribunal y de otras personalidades especialmente designadas, la cual ocupaba la mayor parte del día y se realizaba en el siguiente orden: reconciliados en forma, fallecidos absueltos, ausentes fugitivos relajados en efigie, fallecidos condenados a ser relajados y quemados en huesos y relajados en persona. 

En el estrado principal, concluida ya la lectura de las sentencias, se exigía a los reos que realizasen las abjuraciones del caso. Luego, el inquisidor procedía a absolver a los penitenciados. Los condenados a muerte eran bajados del estrado, tras lo cual el secretario inquisitorial los entregaba al corregidor. Seguidamente, en procesión y hacia el quemadero, iban las estatuas y los relajados. La ejecución de la pena de muerte se realizaba en el quemadero, ubicado frente a la plaza de toros de Acho. La ceremonia solía culminar con la celebración de la misa, dándose por concluido el auto de fe. Concluido el auto de fe el acompañamiento regresaba a dejar a los inquisidores en el local del Tribunal.

El cumplimiento de las demás sentencias se realizaba después "generalmente al día siguiente por la mañana" y estaba a cargo de las autoridades civiles. Los autos particulares o autillos "que solían realizarse en la sala de audiencias, en la Capilla del Tribunal o en alguna iglesia" eran más sencillos. Cabe destacar que para los autos de fe o autillos se reservaban las causas más importantes, mientras las faltas leves eran sentenciadas directamente en la sala de audiencias.

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